Algo más de cincuenta años más tarde, llegó a Europa – Inglaterra – la noticia de que en China habían inventado el uso de anteojos para corregir defectos de la visión. Entre la invención de la radio por Rudolf Hertz y la aparición de la primera estación radiodifusora del mundo pasaron 38 años. La televisión necesitó 18 años para conocerse masivamente desde su invención y el internet se tomó
cinco años para alcanzar los primeros cincuenta millones de computadoras conectadas. En el año 2003 el mapa del genoma
humano, que identificó los 20.000 a 25.000 genes del ADN humano y determinaron las secuencias de los 3.000 millones de pares de bases químicas que lo integran, considerado por todos como el más trascendental de la historia del hombre, se conoció apenas una hora después de su descubrimiento.
Esto nos da alguna idea del modelo de sociedad en la que estamos viviendo desde hace unas cuantas décadas: la sociedad del conocimiento. Ella ha transformado la vida del hombre común de una manera total, aunque para algunos imperceptible. Esta sociedad se soporta sobre tres pilares fundamentales: el saber + las computadoras + comunicación.
Estos tres componentes se retroalimentan en una espiral ascendente a una velocidad vertiginosa. El saber – o sea la ciencia, la investigación y desarrollo – permiten la invención de computadoras y software cada vez más potentes, los que a su vez son empleados en la generación de más y más conocimiento. Pero también, como resultado de un mayor saber tecnológico y de mejores computadoras, se tienen canales de comunicación cada vez más inmediatos (en línea) y más masivos. Ahora gracias al celular vemos videos de algo que está ocurriendo en tiempo real al otro lado del mundo. Y entre más rápido nos comuniquemos, más rápido se difunde el conocimiento y entonces miles y miles de nuevas personas se sumergen cada día en el mundo de la investigación y desarrollo de nuevos productos.
Ya a nadie sorprende, como sucedía ace treinta años, ver computadoras en todas partes. Hacen parte del paisaje y nos acostumbramos a verlas en toda clase de negocios, por pequeños que sean, como las cajas de los parqueaderos, en las lavanderías de ropa, en las peluquerías, en las panaderías, floristerías, tiendas de ropa, restaurantes, en fin. Y no son solo fijos, también son móviles, pues en la práctica los celulares tienen las mismas funciones de una computadora.
Para apreciar un poco el impacto positivo que esta revolución del conocimiento ha tenido en la productividad de todos estos agentes económicos, basta imaginar cómo harían ahora las cosas para administrar sus negocios si no existieran sus computadoras: sería el caos. Asuntos como administrar sus bases de datos de clientes, su cartera, contabilidad, compras y demás, llevados a mano en un cuaderno serían un pesado lastre para dar el salto tecnológico que se requiere para crecer.
Con el mundo en estas condiciones, nadie puede sentirse “producto terminado” cada día surgen nuevas cosas qué aprender. La masa de conocimiento disponible en el mundo hoy día se duplica cada dos años y medio, haciendo que si no nos actualizamos en nuestra profesión, en muy pocos años volveremos al nivel de bachilleres. La época en que nos graduábamos de la universidad y quedábamos hechos doctores
para toda la vida, desapareció hace rato. Ahora los títulos académicos vienen con fecha de caducidad, como los productos lácteos.
La humanidad corre en una especie de maratón global del conocimiento en la que, querámoslo o no, todos, a cualquier edad, estamos inscritos y debemos marchar al mejor ritmo que podamos. Aislarnos sería un suicidio de altísimo costo, por ello será mejor que tratemos de mantenernos en buena forma estudiando con frecuencia para actualizarnos, y utilizando un buen calzado – una buena computadora – para correr mejor.