En materia de rumba los cucuteños sí que pueden decir que todo tiempo pasado fue mejor, no cabe discusión alguna. Si bien Cúcuta fue y ha sido reconocida siempre como una ciudad muy alegre y rumbera, las crónicas relatan cómo eran las grandes fiestas en los clubes de la ciudad en la segunda mitad del siglo pasado, con grandes comparsas, divertidos disfraces y estupendas orquestas que con frecuencia se traían de Venezuela, como la Billo’s Caracas Boys y Los Melódicos.
Una primera observación que salta a la vista es que los cucuteños de las décadas de los sesenta, setenta y ochenta siempre bailaron música colombiana – porros y cumbias – pero destilada con arreglos por orquestas venezolanas, muy poco bailaron con orquestas colombianas. Es el caso de la Billo’s Caracas Boys, cuyo cantante Elí Méndez le confesara a Unicentro Contigo en su reciente presentación en el centro comercial, que algo más del setenta por ciento del repertorio exitoso de esa gran orquesta siempre fue colombiano.
Y lo mismo sucedía con Los Melódicos, la otra gran agrupación famosa. Era común ver por las calles de Cúcuta los enormes buses de esas dos grandes orquestas cuando venían,inclusive a las fiestas organizadas por las promociones de bachilleres de los principales colegios, a las que, con semejante calor, se exigía saco y corbata para poder entrar.
De las primeras orquestas locales las que más sonaban entonces eran la Happy Cúcuta, Víctor Manuel Suárez, Edmundo Villamizar y la tradicional de Manuel Alvarado, aún vigente luego de la muerte de su fundador. Vinieron luego el Grupo Clase, Caliche, Grupo B, los Diez del Pentagrama, Saxo Band y los Dodgers. La gran mayoría de cucuteños de entre 40 y 70 años de edad aprendieron a bailar acá con las orquestas venezolanas Billo’s, Melódicos, Swing Melody, Los Blanco, Casino de la Playa, Porfy Jiménez (le compuso canción a la ciudad), Oscar de León (lo trajo la Polar), Nelson y sus Estrellas (La Saporrita), Súper Combo Los Tropicales, Nelson Henríquez, Orlando y su Combo y la de Pastor López. Y también con las colombianas Los Corraleros del Majagual, Alvarado, los Black Stars (A ve pa’ ve), Los Hispanos, Los Graduados, La Sonora Dinamita, y algunas pocas más que no recordamos ahora.
Había mucho dinero en Cúcuta por los años 70, así era posible que clubes como el Cazadores se diera el lujo de contratar para toda una novena navideña a Los Corraleros cuando estaban en su apogeo. Cuando se hacían los inolvidables Festivales de la Frontera se montaba la famosa y enorme caseta Matecaña donde hoy es Homecenter y la caseta LECS en la Avenida Cero, por donde pasaban las orquestas y grupos de moda.
Los jóvenes de este siglo no han visto en Cúcuta artistas de talla mundial como los que se traían en la década de los 70 y primeros años del 80, acá vinieron Julio Iglesias, Raphael y el entonces muy famoso Nelson Ned, quien dejó una anécdota muy simpática a su paso por la ciudad, cuando la alcaldía le ordenó presentarse gratis en un sitio público, a lo que el cantante brasilero sorpresivamente les respondió: – caminen salgamos de eso, y en compañía de cinco funcionarios municipales se paró en el parque a cantarle a la estatua del General Santander. Ya cumplí, dijo cuando lo increparon.
La primera discoteca de la ciudad – La Pantera Rosa – funcionó en el hotel Don Jorge, luego aparecieron muchas otras de gratísima recordación, como El Globo ( en el Hotel Tonchalá), Los Alpes, El Tiuna, El Socavón, Las Vegas (último piso del hotel Amaruc), la OVNI, el Iván, la Media Naranja, Charlotte, Zorba le Grek, La Gusanita Andrómeda, el Dulce Escape (frente al Templo Histórico), Barriles, Flamingo, El Paraíso, El Tren, que tenía algo así como un cuarto de revelado que se llamaba “Prohibido Prohibir”, y el Canaima, que abría desde el mediodía y tenía una especie de confesiona rios donde todo quedaba en sagrado secreto. Los grilles reforzaban muy bien la oferta de rumbeaderos, entre ellos recordamos entre los primeros a Patio de Tango y el del Casino del barrio Latino, y posteriormente los piano bares:
Tonchalita, Piano’s, Casual y Lobster Bar.
Pero así como en su economía han convivido siempre dos Cúcutas – la formal y la informal –, en materia de rumba y baile era igual. Nos referimos a que paralela a la sociedad con sus músicas, sus ritmos, clubes, bailes y bailados, coexistía otra Cúcuta aún más alegre y bulliciosa: La Ínsula. Era esa toda una ciudadela, que no industrial sino de servicios de entretenimiento y goce pagano, todo un templo de adoración al rey Baco por donde hicieron peregrinación todos los hombres ilustres y poderosos que entonces visitaban la ciudad. No había gerente de banco que no llevara allá a sus jefes y auditores de Bogotá a hacerles una fina atención; así mismo, cuanto ministro o alto burócrata venía a la ciudad lo primero que insinuaba era que lo llevaran a conocer eso.
Aunque a algunos pueda parecer impropia esta referencia, lo cierto es que forma parte de su historia – patria o sagrada – y marcó con una impronta indeleble a la ciudad. De hecho le generó enormes cantidades de dinero mientras funcionó (hasta fínales de febrero de 1983). Su éxito y fama se debía al enorme poder adquisitivo de los venezolanos, lo que atrajo a miles de hermosísimas mujeres del interior del país, gran parte de ellas del Valle del Cauca, quienes se venían con todo y su música a enseñarles a bailar salsa a cucuteños y venezolanos. Había una especie de salones de clases llamados El Viejo Tango y el Fantasio, por donde era obligado pasar antes de ir a esas aulas máximas que eran La Casa de las Muñecas y El Campestre, donde verdaderos virtuosos de la danza Caribe (cuyos nombres no daremos acá) hacían los bailes de la pluma, de la copa y de la uva. Aquello era magia pura, como de las mil y una noches, sostiene un prestigioso abogado y empresario que impenitente peregrinaba a esos templos.
Los jóvenes y señores perfeccionaban allí sus dotes para el baile, los cuales debían ocultar bien en los bailes de sociedad para no ser estigmatizados, mientras que en Bogotá los cucuteños eran reconocidos como grandes bailarines. “Al cucuteño se le conoce en el bailado por la forma en que mueve la cola”, les decían allá a nuestros paisanos.
En la década de los sesenta y setenta los cucuteños bailaban dos tipos muy diferentes de música: en sus actividades sociales lo hacían con las orquestas que mencionamos atrás, mientras que en La Ínsula sólo se bailaba lo último que estaba sonando en Cuba, Puerto Rico, Nueva York, Santo Domingo y Caracas, con rockolas que tenían las últimas canciones de Cortijo y su combo con Ismael Rivera, Benny Moré, Celia Cruz, el Gran Combo de Puerto Rico, mucha Sonora Matancera, Willie Colón con Héctor Lavoe, Ricardo Ray y Bobby Cruz (compusieron la canción Amparo Arrebato en homenaje a una caleña que bailaba en Cúcuta), y Pérez Prado con su inmortal “Qué le pasa a Lupita”. A comienzos de los 80’s ya vinieron los disc jockeys y la rumba se intensificó, hasta que el negro viernes del 18 de febrero de 1983 Venezuela devaluó, y la fiesta terminó. Sniff.
Esta nota contó con la valiosa colaboración de Rubén Darío Eslava Díaz, reconocido cronista de la ciudad. Agradecemos los aportes de de Marino vargas G. , Ricardo Villamizar G. , Alejandro Canal, Herman Dúran, Monica San Juan, Manuel G. Cabrera, Amparo Lara, Luis H. Mantilla V., Fabio Huertas, Alvaro Gil, Miguel Maldonado, Alberto López, Gladys Montes, Kay Osswald.