CRÓNICA | Encuentros y Desencuentros

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Esta región ha padecido crisis desde su fundación, tal vez con mayor frecuencia y más intensidad que otras. Unas veces beneficiosas, bajo la forma de bonanzas, otras catastróficas con resultados desastrosos en materia de desempleo, caos e inseguridad, tanto en lo social como en lo económico.

Sin mucho retroceder, digamos que las mayores crisis comenzaron luego del primer gran terremoto de 1875. En ese entonces la recuperación fue tan rápida y el progreso tan vertiginoso que en apenas quince años se estableció el ferrocarril y posteriormente el tranvía y el alumbrado eléctrico; en menos de dos años se reconstruyó el hospital, las vías de comunicación terrestres y fluviales, todo esto cuando la población local era de tan solo doce mil personas.

Vino luego la Guerra de los Mil Días, cuyos rigores la ciudad sufrió durante cuatro años, sobreviviendo a un sitio de 35 días, en los cuales se vieron muestras de heroísmo y sacrificios sin par.

La Primera Guerra Mundial sobrevino pocos años después, presionando una crisis universal que no afectó de manera significativa la economía regional ni la vida local, aunque sí contribuyó a escasear algunos productos, sin causar mayor impacto en la vida diaria y normal de sus pobladores. En el período de la primera postguerra y hasta el año  de la Gran Depresión en 1929, no se presentaron grandes variaciones en un mundo que ahora trataba de superar las dificultades dejadas por la confrontación armada del viejo continente. Desde ese año hasta comienzos de la década de los sesenta, algunas crisis que pudiéramos  denominar como “menores” se fueron sucediendo, tal como brevemente paso a contarles.

A comienzos de los treintas, se presenta la primera de las ya largas disputas con nuestro vecino, por los abusos y la congestión presentados en los puertos del Lago de Maracaibo, por donde transitaban las mercancías que venían y salían de Cúcuta. El ferrocarril tuvo que suspender sus actividades con el consecuente desempleo y el malestar general que esa situación creó y que, por fortuna, gracias a la intervención del presidente venezolano Juan Vicente Gómez, oriundo de San Antonio del Táchira, conocedor de las dificultades, se solucionó para bien de ambas partes.

Sin embargo, los rifirrafes continuaron de lado y lado de la frontera. A mediados de la década de los treintas, primero en el 34 y a raíz de los inconvenientes generados por la importación de sal y ganado, ambos gobiernos firmaron un “arreglo sobre relaciones comerciales” mediante el
cual se permitiría, libre de gravámenes, la importación de hasta veinte mil sacos anuales de 60 kilos y de un máximo de 25 mil cabezas de ganado durante el mismo periodo. Este “arreglo comercial” tendría una vigencia de un año, pudiéndose renovar por períodos análogos “si no fuese denunciado tres meses antes de su fecha de expiración”.

Nuestro próximo capítulo abarcará la historia económica de Cúcuta entre 1937 y 1946, periodo en el que se sentaron las bases de lo que serían nuestras relaciones comerciales fronterizas hasta hoy. No se lo pierdan.

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