Resumía los temas prioritarios de los cucuteños un oyente de una prestigiosa emisora en fútbol, chance, religión y telenovelas (ya el precio del bolívar es algo que perdió interés). Para cualquier foráneo desprevenido esto revelaría que estamos ante una ciudad maravillosa, próspera y tranquila. Sin embargo, los números y le realidad palpable en las calles nos indican otra cosa muy distinta.
No ha sido posible que algún gobernante entienda que la principal preocupación de la gente es tener ingresos, ojalá fijos y estables, a través de empleos bajo cualquier modalidad. Pareciera que tampoco es necesario que lo entienda, se cree que entre más vaciado este el pueblo más barato cuestan los votos. Así pasan los años, los cuatrienios, las décadas y seguimos retrasando nuestra cita con el progreso, como si eso no hiciera falta, lo importante es ganar las elecciones.
El mismo espíritu de medianía pareciera animar al sector privado local, cuyos dirigentes no hacen nada distinto a rogar que las cargas se arreglen solas mientras se quejan de que el gobierno central tiene abandonada a la frontera y escasamente atinan a pedir rebajas de IVA que mejoren el desempeño al interior de sus almacenes sin importar lo que suceda fuera de ellos.
Pero resulta que lo uno es consecuencia de lo otro: adentro de las tiendas las registradoras se moverían más si afuera, en la calle, los bolsillos de la gente recibieran más ingresos. Así de simple es, es increíble que haya tomado tanto tiempo comprenderlo, la fiebre no está en las cobijas.
Así las cosas, lo que hay que hacer es mejorar, y en lo posible cambiar, el entorno económico. Es sabido hace décadas que el principal factor de producción lo constituyen las reglas de juego, las condiciones y la forma en que podemos operar nuestros negocios en una jurisdicción determinada.
Cualquier región del país sueña con tener el privilegio de disponer del soporte legal necesario para ofrecer un régimen especial para atraer inversiones, como el de la llamada Ley Páez. Lo paradójico, absurdo e imperdonable es que Cúcuta tiene desde hace más de veinte años tal soporte legal… pero nunca lo desarrolló! Se trata de la Ley 191 de 1995, la cual en su artículo 2° establece, entre otros, el siguiente objetivo: “Creación de las condiciones necesarias para el desarrollo económico de las Zonas de Frontera, especialmente mediante la adopción de regímenes especiales en materia de transporte, legislación tributaria, inversión extranjera, laboral y de seguridad social, comercial y aduanera.
Esto es una fortuna desaprovechada, dilapidada, perdida en medio de la pereza y la ignorancia de la dirigencia local, incapaz de producir los proyectos de decretos reglamentarios y hacerlos aprobar en el congreso. Imaginemos un régimen especial tributario que disponga, para siempre, de unas condiciones especiales en materia de IVA para las ventas en frontera y de renta para las empresas que generen más de un determinado número de empleos.
Otro decreto nos permitiría el régimen laboral que se necesita para disparar la inversión en empresas generadoras de empleo. Con que se pueda contratar y despedir en forma expedita, donde los parafiscales se paguen a prorrata de las horas laboradas, donde el salario mínimo pueda ser negociado temporalmente hasta cierto piso. No faltarán quienes digan que sería un régimen negrero, pero a no dudarlo preferible al hambre.
Con un régimen así fue que se desarrolló la industria de maquila en México e Irlanda, y los habitantes de esas zonas ganan hasta el triple de los del interior. En materia comercial gozaríamos de normas especiales para impulsar zonas francas y copropiedades comerciales o mixtas para la promoción de nuevos modelos de centros comerciales; en el tema del transporte podríamos tener precio especial de gasolina para aviones y con ello tarifas inferiores de tiquetes para promover el turismo; en inversión extranjera se habría diseñado un esquema más sencillo de registro y de acceso al mercado cambiario para repatriar utilidades. Cúcuta habría sido – y aún puede ser – una ciudad muy próspera en su
economía, para ello conviene entender que el desarrollo no se logra enterrando millones de pesos en obras que sólo les interesan a los que contratan pero que serán elefantes blancos si primero no se tiene lo esencial: atractivas reglas de juego para la inversión privada. Con la ley mencionada podríamos pensar en una buena concesión para servicio ferroviario, la represa del Cínera, un buen gasoducto y un par de obras más.
Todo ha sido pereza mental, esto no lo arreglamos con paros sino trabajando en la dirección correcta. Será mejor que nuestros dirigentes dejen de posar de sabiondos y convoquen a la gente que sabe del tema, ya se ha perdido demasiado tiempo. Es mejor exigir lo que por ley nos corresponde que andar mendigando “alivios”.
Nunca antes, como ahora, la ciudad había necesitado tanto tener a sus hombres más preparados y visionarios dirigiéndola.