El 2017 será recordado como un año de grandes tragedias, por cuenta de los terribles desastres naturales que ocurrieron. El periodo de huracanes fue quizá el más intenso y demoledor en décadas. María, Irma y Harvey destrozaron por completo a las islas de Puerto Rico, Guadalupe, Antigua, Islas Vírgenes, St. Marteen, San Bartolomé, Santo Tomás y Barbuda. Tan devastador y poderoso fue Harvey que causó la inundación impensable de Houston, Texas.

Incendios colosales como los de California y Portugal, han desbordado la capacidad del hombre y su tecnología para combatirlos con carros y aviones cisterna en lugar de mejorar la gestión forestal e impedir que se acaben los montes con urbanizaciones, dejando una gran cantidad de muertos y a miles y miles de familias sin hogar. Terremotos como los de México DF, Puebla, Axochiapan y Oaxaca, en México, o el de Arequipa, en Perú, con saldo elevado de víctimas y daños incalculables, y el enorme susto que nos produjo a los cucuteños el sismo de 5.7 grados del pasado 30 de septiembre.

Inundaciones no vistas en décadas, como las de India, Nepal y Bangladesh, que literalmente acaban con la economía (agricultura, ganadería e infraestructura) de esos y otros países, todos ellos son fenómenos que deben llamarnos a una profunda reflexión acerca de hacia dónde llevamos el planeta.

No es tiempo de ignorancia y creer que todo se resuelve rezando, es hora de actuar en defensa del medio ambiente, de cuidar el agua, de rechazar la minería del oro en los páramos, de proteger los árboles del cemento invasor, de acabar con los desechos plásticos. La tarea no da espera, el planeta está ofendido.