Si de algo no podrán señalarnos a los cucuteños es de xenófobos, por el contrario, siempre nos caracterizamos por ser espléndidos anfitriones y muy hospitalarios con los de afuera. Esto último es un decir, porque nunca consideramos de “afuera” a nadie, prueba de ello es que hemos tenido más de un alcalde fuereño. Al punto de despertar muchas veces celos en los raizales por el excesivo culto que les rendimos a los extranjeros y nacionales que llegan a quedarse en Cúcuta.
Pero las cosas parecen estar cambiando como resultado de la invasión de venezolanos, lo que cada día afecta más y más todos los frentes de la apacible vida que teníamos hasta
hace unos cinco o seis años. Cierta xenofobia comienza a sentirse, ya se escuchan muchas voces de fastidio.
Cúcuta, por su condición de fronteriza, recibe de primera mano el impacto migratorio venezolano, la inmensa mayoría desearía quedarse acá por la cercanía a su país. La ciudad ha terminado haciéndose cargo, sola, del manejo de un gigantesco problema social que se evidencia en la atención de los servicios de salud, asumiendo los requerimientos de una gran cantidad de parturientas y de gente con enfermedades de alto costo como cáncer y sida, esta última nos coloca en el triste ranking de la primera ciudad del país en cantidad de casos. Vemos a diario, por todas partes, a mujeres muy jóvenes e insinuantes ofreciendo chupetas a mil pesitos, con lo que seducen a mucho ingenuo que cae víctima de la mortal epidemia. No se ve control de ninguna autoridad en ese tema.
Desafortunadamente no todos los migrantes son jóvenes y honestos profesionales que buscan un mejor futuro fuera de su país. Por eso la seguridad es otro problema social cuya magnitud rebasa la capacidad de las autoridades para hacerle frente. A diario centenares de ladrones de nacionalidad venezolana son capturados por la policía y son dejados en libertad en pocas horas sin que eso afecte su status migratorio, siguen acá delinquiendo.
La afectación económica es, sin duda, la más grave. Siempre hemos tenido el índice más alto de desempleo y de informalidad, con casi el 85% de la población viviendo del rebusque. Pues a esa pobre gente colombiana le llegó una enorme competencia de venezolanos por ese ingreso diario de subsistencia, lo que les empobrece aún mucho más. Ahora hay mucha más gente peleándose por las mismas migajas que da la calle, nada nuevo que genere ingresos adicionales se ha creado. Se sabía desde hace años que esto sucedería y no se previó ninguna acción.
La guerra por conservar el espacio público es perdida, los vendedores ambulantes se han triplicado y se tomaron parques, andenes, calzadas,
todo. Con la misma capacidad de acueducto debe ahora atenderse a una población aumentada en casi un 50%. Los venezolanos que llegan, la mayoría ex chavistas, traen la pésima costumbre de vivir de los subsidios políticos del régimen comunista, vienen a pedir, no contribuyen al desarrollo de la ciudad, hace un año se cometió el error de obsequiarles la alimentación creyendo que venían de paso y lo que hicieron fue llamar a sus clanes familiares, quienes corriendo vinieron a beneficiarse de la ingenua generosidad de los cucuteños.
Es cierto que en la década de los setenta el fenómeno fue a la inversa, decenas de miles de colombianos se fueron a la Venezuela Saudita, pero lo hicieron fue en busca de mejores ingresos por su trabajo, no a vivir de la caridad pública. La fuerza de trabajo colombiana se caracterizó por su esfuerzo y conocimiento y fue determinante para el crecimiento del PIB no petrolero, nada parecido a lo que se vive ahora en una frontera que, escasamente, permite sobrevivir a sus habitantes.
Los cucuteños deben exigir un plan de acción a las autoridades, nacionales y locales, la situación, como está, es insostenible. Y puede ponerse peor, los colombianos en los estratos uno y dos encuentran plena identidad y comunidad de intereses con los venezolanos que por miles llegan cada día. Y si pueden votar en próximas elecciones, gravísima la cosa.
D.R.A.