VACACIONES | Ante la imposibilidad ir a Venezuela, a quienes nos gusta hacer turismo viajando por carretera nos toca mirar hacia el sur, donde hay cosas fascinantes.
De Pasto impresiona la belleza de su entorno y esa alegría desbordante de su gente que, quizá, se explica en la dicha de vivir en medio de tan hermosos paisajes. Hacía veinte años no iba y tenía el recuerdo de la excelente carretera desde Cali, sobre lo cual escribí una columna de prensa entonces. Esta vez resolvimos – con mi hermano y nuestras esposas – ir hasta Quito y comprobar qué tan cierto era el mito de las carreteras ecuatorianas.
El primer tramo, entre Cali y Pasto, incluyendo una breve escala en Popayán, se cumple en menos de nueve horas; es el más largo y es el mismo tiempo que toma atravesar todo Ecuador hasta la frontera con Perú. Una vez se cruza el puente sobre el enorme Río Patía, en el departamento del Cauca, comienza el ascenso hacia las tierras frías de los Andes. La amplitud de la vía y la potencia de nuestra Amarok nos permiten una buena velocidad en un viaje relajado.
Luego de una noche algo ruidosa por cuenta de los carnavales salimos casi a mediodía a continuar el viaje, algo más de hora y media después estamos en el puente de Rumichaca frente a la cruda realidad de la gran tragedia de nuestros países: la corrupción. Debemos hacer una cola espantosamente larga, que nos tomará entre 3 y 4 horas, para sellar salida en el pasaporte o registrar la cédula y obtener la llamada Carta Andina para salir del país. Una vez iniciamos la cola aparece el desfi le de gestores ofreciendo sus “servicios de agilización” a un costo entre 10 y 20 dólares por este trámite por persona. Y acá, como dice el adagio popular: a la tierra que fueres haz lo que vieres. Es una pena que la cancillería colombiana tenga tan malas instalaciones de migración en ese punto tan importante de la frontera, millares de personas no encuentran un baño ni una silla allí.
Al otro lado del puente la cola es igual o peor, pero las instalaciones de migración son mejores que las colombianas, al menos tienen algunas sillas y baños y se consigue un carrito de hamburguesas atendido por un joven venezolano asociado con un ecuatoriano. Luego de una hamburguesa hacemos una típica pero providencial colombianada que nos habría de ahorrar no menos de 4 horas de cola para sellar entrada a Ecuador.
En el trámite para internar la camioneta comenzamos a sufrir con una funcionaria de la aduana ecuatoriana muy displicente que nos amargó el rato buscando alguna coima.
En total, pasar el puente nos tomó seis horas, habrían sido catorce de no ser por la colombianada en el lado ecuatoriano y la coima en el lado colombiano. Caída la noche decidimos pernoctar en Ibarra, capital de la provincia de Imbabura, a unas tres horas y media de la frontera. Es una ciudad intermedia, de muy amplias calles, todas adoquinadas, de agradable clima frío.
El día siguiente está lleno de sorpresas, como el menú del desayuno, que incluye jugo de babaco (delicioso), café “pasado” (procesado de manera ancestral, no es molido ni tostado) y ceviche de pollo. La amabilidad de los empleados y la comodidad del hotel nos llevan a decidir que será nuestra base de operaciones: Quito está solo a hora y media por una carretera del primer mundo que pasa en medio de dos enormes montañas nevadas:
Cotacachi e Imbabura, en un paisaje absolutamente hermoso. Sin embargo, toda esa belleza natural y las fabulosas carreteras con sus modernos peajes que solo cuestan un dólar, contrastan con la pobreza evidente del tercer mundo que muestran las construcciones a lado y lado de la super autopista, parecen haber quedado todas en obra gris, para siempre.
Una vez en Quito fuimos a la ciudad de la Mitad del Mundo, a unos veinte minutos. Allí se encuentra un fantástico elefante blanco: el edifi cio sede de la UNASUR, imponente sólo desde el punto de vista arquitectónico, pues no representa nada para los ecuatorianos, quienes no le conceden importancia alguna como institución. A unos 300 metros se encuentra el monumento que demarca los dos hemisferios del planeta con una delgada línea amarilla sobre la que puedes pararte con un pie en el norte y otro en el sur.
Hay muchas tiendas de artesanías preciosas y buenos restaurantes atendidos por meseros venezolanos muy amables. Normalmente el sol brilla muy fuerte allí, por lo que es mejor protegerse. Por estar en Latitud 0°-0´-0”, estamos en el círculo más gordo y más lejano del centro de la tierra, lo que hace que la fuerza centrífuga de rotación se sienta más y con ello se tenga la sensación de pesar menos. Este parque de la Mitad del Mundo es el paraíso de los amantes del esoterismo y la astrofísica, acá se comprenden mejor temas como los solsticios y los equinoccios y su relación con las religiones.
Quito es una ciudad un poco más grande que Cali, pero salvo el reducido sector del noroeste y el llamado centro financiero que tiene modernos edificios, el resto de la ciudad es una réplica de o que se ve en las carreteras: ausencia de arquitectura y de pintura. La Basílica del Voto Nacional es imponente por su parecido a Notre Dame de París, el Parque de la Independencia está flanqueado al occidente por el Palacio de Carondelet,sede del ejecutivo nacional; al sur la gran catedral de Quito, al norte el Palacio Arzobispal, en cuyo interior hay una acogedora placita y funciona la mejor fonda quiteña “Hasta la vuelta, Señor”, llamada así por la leyenda del célebre Padre Almeida, quien vivía allí cuando funcionaba el Monasterio de San Diego.
El bendito padre desarrolló una teoría algo revolucionaria para la época, según la cual el sexo era un poderoso vehículo de fe y así, con una mezcla perfecta de ímpetu catequizador con furor uterino, se escapaba en las noches del convento trepándose sobre un gran cristo para lograr alcanzar la ventana que le separaba de la calle y de las vírgenes quiteñas, a quienes con notable abnegación les aplicaba sus dosis de salvación y vida eterna.
Una buena noche el cristo, molesto por su comportamiento, le habló – ¿Hasta cuándo Padre Almeida? A lo que el sacerdote respondió: – “Hasta la vuelta, Señor”. Esa madrugada, a su regreso, vio su propio cortejo fúnebre, lo cual lo atemperó para siempre.
En Ecuador se siente que tiene plena validez la afi rmación de Bolívar, cuando defi nió a Colombia como una universidad, a Venezuela como un cuartel y a Ecuador como un convento. Ya de regreso a Colombia era inevitable un par de días entre Ipiales y Pasto, descubrir que ahora no es tan agotadora la ida al Santuario de Las Lajas, gracias al moderno servicio de teleférico y redescubrir el mágico encanto de la laguna de La Cocha y su isla misteriosa.
Una recomendación final a quienes vayan allí: si van a comer cuy aplíquense al menos media de aguardiente antes y cierren sus ojos, no resistirán la mirada del animalito.