La primera gran ciudad del planeta en llegar al fatídico Día Zero ha sido Ciudad del Cabo (Cape Town). Con sus cinco millones de habitantes se ha quedado sin agua. Los pronósticos indican que las próximas grandes ciudades en idéntica situación en un horizonte de tiempo que no va más allá de unos 20 años serán Sao Paulo, Bangalore, Beijing, El Cairo, Yakarta, Moscú, Estambul, Ciudad de México, Londres, Tokio y Miami. Como se ve, la tragedia ya no es exclusiva de pequeños poblados africanos sino que amenaza, y muy seriamente, a grandes urbes del
mundo desarrollado.
El agua dulce no es tan abundante como se piensa: sólo representa el 3%, a pesar de que el agua cubre 70% de la superficie de la Tierra. Hoy día más de 1.000 millones de personas no tienen acceso a agua potable y a otros 2.700 millones les hace falta por lo menos un mes del año.
Se hizo una investigación de las 500 ciudades más grandes del mundo, que se publicó en 2014, en la que se determinó que el 25% de ellas atraviesa una situación de “estrés de agua”, lo que, según Naciones Unidas, sucede cuando los suministros anuales descienden por debajo de 1.700 metros cúbicos por persona.
Según las proyecciones de expertos respaldados por la ONU, la demanda global de agua potable sobrepasará el suministro en 40% para el año 2030, gracias a una combinación de factores como el cambio climático, la acción humana y el crecimiento demográfico. Vale decir, dentro de 12 años tendremos que producir 40% más del agua que disponemos ahora para cubrir la demanda. La pregunta acá es ¿y de dónde?
Lo irónico y paradójico del asunto es que acá en Colombia aún discutimos, gracias al gobierno, si conviene o no vender a los árabes el Páramo de Santurbán para que hagan minería del oro. No puede haber mayor insensatez. No hay oro más valioso que el agua, si no pregúntenselo a los surafricanos multimillonarios de Ciudad del Cabo. China tiene el 20% de la población mundial y cuanta con apenas con el 7% del agua potable global. Esto es algo a tener muy presente en estos tiempos de geopolítica agresiva, los chinos, con todo su poderío militar y económico no se dejarán morir de sed. Ningún escenario es descartable.
Desde hace varios años escuchamos premoniciones que anuncian que las próximas guerras serán por agua y no por petróleo, tal parece que ha llegado esa fatídica hora, ya muy pronto no será más una mera exagerada especulación, la sed hará que nos matemos, o, mejor, que nos maten porque somos afortunados y bendecidos por la cantidad de ríos que tenemos. Sin embargo, lo absurdo es que ante la inminencia del fenómeno y las noticias de su ocurrencia en urbes como Ciudad del Cabo, nada hacemos por proteger nuestras fuentes de agua.
Las riberas de los ríos son deforestadas, a ellos se vierte toda clase de residuos industriales contaminantes y de sustancias como el petróleo que derrama la guerrilla con cada atentado, en ellos se lavan carros y, lo peor, se hace minería del oro utilizando mercurio. Toda una barbaridad que demuestra un total desdén por semejante riqueza. Eso debe llamarles la atención a los chinos.