MADRES | Mamá por Siempre

Mamá por Siempre

Ella siempre estaba ahí, la certeza de encontrarla a cualquier hora para lo que la necesitara, lo que me daba una sensación de seguridad muy grande, con la que crecí y me formé. Me hacía sentir invencible tener a mi mamá conmigo. Estoy convencido de que mis primeros recuerdos se remontan a cuando yo estaba aún en su vientre.

A muchos esto les parecerá ficción, pero no olvido que me sentía estar en el mejor ecosistema del planeta, como dentro de una gran burbuja, tibia, protectora, a través de cuyas paredes parecía moverse, en absoluto silencio, un mundo menos placentero del que yo habitaba. Se notaba movimiento intenso, todo el tiempo, en el universo que rodeaba la cálida bolsa donde me encontraba; imagino que serían sus órganos, su sistema circulatorio, su aparato digestivo actuando, en fin, su anatomía vigorosa trabajando sin descanso para que a mí no me faltara nada.

Lo que luego recuerdo son momentos vividos cuando ya tenía una edad de más de un año de nacido, me veo subiéndome a su regazo para ser abrigado contra su pecho, mientras se mueve en una vieja mecedora. Como si se tratase de una película mal remendada el documental de mis recuerdos me lleva alrededor de mis ocho años de edad y entonces, de un salto, paso del agradable regazo tibio al inefable chancletazo en las nalgas por portarme mal, por ser muy inquieto, desobediente y burlón.

Es de suponerse que la temporada idílica no solo se me había acabado a mí sino a mi mamá también, la hice pasar penas y vergüenzas en el colegio con mis califi caciones terribles por mi desatención en clases. No olvido sus regaños reclamándome porque a unas señoras bien feas y desarregladas sí las felicitaban por sus hijos en las ceremonias de entregas de notas, mientras ella, quería esconderse debajo de un pupitre.

Yo la contentaba con besos de amor sincero, acompañados de promesas falsas. Pero si bien todo me lo perdonaba, ella se aseguraba de darme, en medio de su cantaleta unos mensajes me calaran hasta lo más profundo, ella sabía que años más tarde me iban a servir.

Con mi pubertad vinieron las primeras novias y con ellas le aparecieron a mi madre nuevas jaquecas por ese sabor agridulce que le producía la satisfacción de que su hijo tuviera buena acogida entra las chicas, pero, a su vez, le llegaron los primeros celos de madre. Esta es la hora y no sé qué le produjo más desazón y desvelos: mis calificaciones o mis novias.

Pero ella, con esa inteligencia superior que la caracterizaba, con cada regaño que me daba seguía sembrándome en la cabeza unas semillas mágicas que por fortuna germinaron cuando estaba terminando i bachillerato y luego al entrar a la universidad. Es muy probable que mi padre, que tenía un carácter muy bravo, le encomendara a ella la tarea de ser mi directora técnica utilizando esa ternura y gracia tan propia de las mamás. Eso me generó una inmensa confianza y autoestima, y con ello muy buenos resultados académicos, quería graduarme rápido para ganar dinero y reciprocarle lo buena que había sido conmigo. Años más tarde vinieron reconocimientos, homenajes y distinciones que las recibía mirándola y ella entonces, con solo un guiño cómplice, me recordaba lo difícil que le había tocado sacarme adelante. Pronto entendí que quizás nada sería sufi ciente, entonces a falta de abundante dinero le di en exceso algo  más valioso: mi tiempo, para llevarla a pasear, para cantarle, para abrazarla.

La madre es el ser más importante en la vida de cualquier persona, pero yo sabía que la mía era infinitamente superior a todas las demás, tenía magia, tenía el poder de transformarlo todo, y así me lo demostró cuando partió de este mundo. Siempre había creído que llegado ese momento yo moriría con ella, pero extrañamente en medio del intenso dolor, súbitamente sentí un aliento de tranquilidad y hasta de felicidad y alegría. Era la satisfacción de haber sido, pese a todo, un buen hijo.

Esa tranquilidad de conciencia fue el último regalo que me dio. Se fue con la seguridad de que tuvo los mejores hijos que se podían tener en este mundo, y a mis hermanos y a mí nos quedó la certeza de que tuvimos la mejor mamá del universo.

D.R.A.

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