Se dice que en pelea de elefantes quien lleva la peor parte es el césped.
Este viejo aforismo es bueno recordarlo ahora que parece estarse iniciando la gran guerra comercial entre las dos mayores economías del planeta:
Estados Unidos y China. Guerra que bien puede llegar a ser mundial y comprometernos a todos, dada la globalización de la economía. En caso de que esto sucediera estaríamos dando un reversazo de casi un siglo en materia de desarrollo y prosperidad. Estaríamos de nuevo viviendo las épocas del más rancio proteccionismo, donde los países levantan murallas arancelarias que dificultan el comercio y con ello provocan recesión y desempleo.
Es sabido que el presidente Trump es un jugador muy recio en el mundo de los negocios y su ego descomunal le lleva a tomar decisiones audaces y drásticas para tratar de ablandar a su contrincante, y eso es, ni más ni menos, lo que ha hecho con China ante el enorme déficit que arroja la balanza comercial con el país asiático (USD 58.500 millones a diciembre 31 de 2017), lo cual resulta inadmisible para su política de “América First”.
El primer golpe lo dio Trump imponiendo aranceles al acero y otros productos metálicos, afectando así exportaciones chinas por USD60.000 millones, a lo que China respondió con impuestos hasta del 25% a algo más de 128 productos norteamericanos.
Es bien probable que el intercambio de golpes no se detenga y quizás lleguen a un punto crítico en el que se apliquen sanciones a quienes comercien con los chinos y con ello se pase a mayores. Pero también es muy factible que China reconsidere su posición porque tiene mucho más que perder y sabe que saldría muy mal herida económicamente de una confrontación ojo por ojo, toda vez que su modelo de crecimiento económico se basa en la expansión del comercio, y si su mayor comprador mundial le cierra las puertas en asocio con Inglaterra y otros países de occidente, pues viviría un verdadero infi erno de recesión con un elevado costo político para el partido comunista.
Desde que hizo su ingreso a la OMC (organización Mundial de Comercio) en 2001 comenzó una vertiginosa carrera comercial en la que ha empleado toda clase de argucias para dominar a cualquier adversario. Es por ello que los norteamericanos están muy molestos por el tema del robo de la propiedad intelectual (piratería), del manejo amañado del valor de su moneda, de tener una política laboral que raya en el esclavismo, todo ello orientado a lograr los precios más competitivos en el mercado mundial. En otras palabras, China en su economía practica el peor capitalismo salvaje apoyada sobre una estructura política comunista.
Por cada norteamericano que vive en China hay 35 chinos que viven en los Estados Unidos, hasta en esa especie de balanza migratoria ganan sobradamente los asiáticos. Además, con su política de atracción de inversión extranjera hacia gran cantidad de zonas francas es quizás el mayor receptor de capitales de todo el mundo, buena parte de las marcas importantes de todos los países hacen su producción allí. Esto ha cambiado la percepción que tenían los consumidores sobre la calidad de los tradicionales productos “Made in China”, ahora si bien son hechos allá es bajo licencia y supervisión de la marca extranjera.