Gilberto Valderrama es un hombre de vida sencilla pero auténtica, es maestro de la Federación Colombiana de Ajedrez, evaluador de competencias y entrenador de la Federación Internacional. Como uno de los veinte mejores ajedrecistas del país, acaba de recibir una certificación como formador de maestros de este deporte. Si, deporte y ciencia, esa doble condición de una práctica cada vez menos frecuentada por las nuevas generaciones.
Para Valderrama es el punto de quiebre y lo sostiene con argumentos y razones puntuales: El problema de esta época moderna es que pretende que los niños actúen robotizados y piensen como máquinas y aspira a que las máquinas piensen como el hombre». «La inteligencia artifi cial facilita la vida, pero mata la inspiración», esa condición tan esencial para la supervivencia. Valderrama se toma un sorbo de café y continúa soltando frases inspiradas, palabras pensadas que hacen pensar. «Lo más hermoso del ajedrez, es que el error tiene un valor pedagógico».
Un hermoso concepto integral que aplica para la vida. «Cuando perdemos nos preparamos para superar al rival, aunque en realidad nos estemos superando a nosotros mismos».
Es la esencia de la autocrítica que como efecto psicológico pretende nuestra perfección, nuestra real autosuperación. Para eso sirve el Ajedrez, para enseñarnos a reflexionar y a resolver dificultades. Se aprende de los errores propios, pero también de
los errores del antagonista.
Los grandes líderes del planeta de todas las áreas del conocimiento y de todos los tiempos lo practicaron, y lo cultivaron como ciencia y arte. Hoy el ajedrez se resiste a morir. Los niños y jóvenes sin remedio se rinden ante el celular, las tabletas y dispositivos que los transforma en seres autómatas y ociosos, aunque en los mayores el efecto es más nocivo: los idiotiza sin remedio gracias a las horas y horas perdidas, la mayoría extraviados en redes sociales.
Se trata del rescate de la creatividad, el ingenio, la clarividencia, esa huella del hombre manifestada en el arte. Se extinguen aquellos que se atrevieron a inventar y crearon una pintura, una escultura, un poema, o una simple frase producto de un proceso de reflexión. La arquitectura de nuestras ciudades más antiguas es un buen ejemplo.
Algunos de sus edificios emblemáticos son recuerdos perennes de la condición innata del ser humano para crear. Hoy día el hombre le da a un programa de computador algunos datos y la máquina le devuelve modelos completos y probabilidades certeras.
La construcción más alta y poderosa, resulta colosal en tamaño, inteligente en su funcionamiento, pero carente de alma, de ese soplo de imaginación tan propio del ser humano. «Pensar que el hombre pierda esa condición, es matar a la especie humana en cámara lenta y eso debe alarmar» dice Valderrama El ajedrez resulta una gran herramienta. Ayuda a generar mayor inteligencia, a deliberar, a crear, a despertar los sentidos y a liberar el espíritu. Tal vez no muera. Tal vez el hombre logre un jaque mate a la tecnología, que parece ser su perdición.
Aliente a sus hijos a jugar ajedrez y tendrá los mejores resultados académicos e intelectuales de ellos. Es más económico y útil un tablero con sus fichas que un juego electrónico que no reta a la inteligencia y la creatividad.