A Venezuela no le queda de otra, tiene que dolarizar su economía. El bolívar ya no r e p r e s e n t a nada, no tiene ningún valor ni le genera confianza alguna al público. Es una especie de moneda caliente que les quema los bolsillos a los tenedores: amanece con un determinado valor, a mediodía ya ha sufrido tres cambios, y anochece con la mitad del valor inicial. Es tal la locura inflacionaria que no se sabe a ciencia cierta si es del 16.000% o del 24.000% anual. Basta decir que en sólo dos meses aceleró su vertiginoso ritmo, pasando desde el 4.966% anual que registraba a finales de febrero a más del 17.968% con que cerró abril, en una tendencia que de continuar podría llevarle a cerrar el 2018 con una tasa anual por encima del 100.000%. Todo es incierto porque el gobierno no da ninguna información de su economía, por eso el Fondo Monetario Internacional piensa expulsar al vecino país de la organización.
Lo único cierto es que el gobierno emite billetes a lo loco, y en su ceguera no ve que eso les causa más daño a los venezolanos por la imposibilidad de manejar tal cantidad de efectivo para sus compras mínimas de subsistencia. El momento de escribir esta nota un kilo de carne cuesta un millón y medio de bolívares, cuando salga publicada estará a más de dos millones, el cartón de huevos pasará de un millón a casi dos.
La fórmula salvadora inventada por Maduro – el Petro – nació muerta por una sencilla razón: el dictador venezolano es quien maneja el software que genera esta criptomoneda, lo que es lo mismo que tener la máquina impresora de bolívares. Es tan crítica la situación que algunas comunidades han decidido crear su propia moneda, como el Panal, emitido por un supuesto banco comunal con una convertibilidad de 1 panal por 5.000 bolívares. Así mismo el gobierno cree solucionar la cosa creando el bolívar “soberano”, con el que le vuelve a quitar tres ceros a la moneda, sin que ello sea efectivo, para nada, como fórmula para frenar la inflación.
Y es que nada sirve ni servirá mientras sea el gobierno quien controle la emisión del circulante. Así las cosas, no queda otro remedio que dolarizar, tal como lo han hecho Ecuador, El Salvador y Panamá. Es la única forma de que Maduro y su combo no intervengan en el valor de la moneda creando súper abundancia de ella. Con esto se le pega un frenazo violento a la inflación porque se acaba el combustible que la inflama: la emisión.
Es inevitable que cause algunos traumatismos las primeras semanas mientras se estabiliza la economía, pero eso es como el fuerte tratamiento de quimioterapia en un paciente con cáncer, le tumba el pelo y produce náuseas, pero lo salva. Ahora, si bien esto detiene la inflación, no resuelve los problemas causados por la pobreza acumulada por los venezolanos en veinte años de su fatídica revolución socialista del siglo XXI.
Para el gobierno tendrá un alto costo político la humillación de tener que remplazar los bolívares, esos billetes con las efigies de sus próceres Bolívar, Miranda, Sucre y Zamora, por los verdes con el rostro de Washington, Lincoln, Franklin, Grant o Hamilton. Esa será una forma muy triste de terminar siendo invadido por el imperio.
Pero esta será una dolarización bien diferente a la de Ecuador o Panamá porque vendrá acompañada y adobada con los dólares provenientes del narcotráfico, que encontrará en Venezuela la vía ideal para su lavado, con la complacencia del gobierno bolivariano. Con ello Maduro, si bien no controlará la emisión, lo hará con la llave que maneja el chorro verde que produce la droga.
La entrada al mercado de este nuevo circulante de curso legal en Venezuela tendrá sus efectos en la frontera colombiana por tratarse de unadivisa de gran demanda. Esta mezcla de dólares legales con ilegales hará que la cotización del dólar baje considerablemente y con ello Cúcuta sea una puerta de entrada de enormes cantidades de dólares a Colombia. Muy seguramente el Banco de la República expediría una circular reglamentaria para regular el manejo de la divisa norteamericana por parte de los comerciantes de la zona fronteriza.
Los venezolanos, si bien continuarán empobrecidos, al menos contarán ahora con un medio de pago universalmente aceptado para comprar en Cúcuta lo que necesitan. Todos los comerciantes recibirán gustosos al nuevo circulante, con lo que el Banco de la República habrá de intervenir con alguna resolución regulatoria que controle – o al menos lo intente – este nuevo mercado de divisas. En nada afectaba a la economía del país que en Cúcuta el comercio moviera miles de millones de bolívares inorgánicos, pero una cosa muy distinta es que mueva diariamente unas cuantas decenas de billetes verdes de origen mezclado.
A no dudarlo mejorarán las ventas en Cúcuta, ojalá los comerciantes aprovechen racionalmente el nuevo escenario planteado y no suban sus precios más allá de sus márgenes normales porque eso podría generar una desviación del comercio: esos clientes, ya con dólares en sus bolsillos, serán bienvenidos en Bucaramanga, Medellín y cualquier parte.
Hay que entender que la situación que viene difiere de lo que sucedió en Ipiales, Pasto y Cali cuando se dolarizó el Ecuador. Allá los ecuatorianos dispararon las ventas de electrodomésticos importados y ropa colombiana, pero ellos no estaban tan empobrecidos como lo están ahora los venezolanos. De manera que será mejor no creer que porque ellos tienen unos pocos dólares en el bolsillo son ricos.
Sugiero mesura con los precios, es la oportunidad de posicionar a Cúcuta como una plaza segura, cómoda y confiable.