Cuando uno les cuenta a los jóvenes que antes en las aeronaves se disponía de ceniceros en todos los asientos porque, al igual que en los cines, era permitido fumar, eso les resulta increíble por la salvajada que eso era. En muy pocos años a las nuevas generaciones les resultará exótico que nosotros usáramos pitillos plásticos para beber refrescos.

Esa pequeña cánula plástica que acá llamamos pitillo no es tan inofensiva como luce, es la causante de graves tragedias ecológicas que afectan al planeta y, muy especialmente, a todas las especies marinas. Se estima que el 90% de las aves que sobrevuelan los océanos, las ballenas, delfines y algunas especies de tortugas ingieren plástico, sobre todo pitillos.

De hecho recientemente fue noticia el hallazgo de una ballena en estado moribundo por haber ingerido grandes cantidades de material plástico, entre el cual se destaca el pitillo, considerado “basura eterna” por no ser biodegradable y tomar más de cien años en descomponerse. No es justo con el planeta ni, menos, con nuestros descendientes, causar semejante daño e impedirles a las nuevas generaciones conocer ballenas y delfines sólo por no beber directamente del vaso sino a través de las inoficiosas cánulas. Hoy día se estima que un restaurante puede desechar más de 45 mil pitillos al año, el reto es reducir a 0 esto.

El supuesto beneficio de usarlo es el de evitar que los labios se mojen al beber, lo que resulta absurdo ante el enorme costo que significa el daño que se provoca. La guerra al pitillo ya comenzó y cuanta con un primer gran aliado: la cadena Starbucks decidió no volver a utilizarlos.