En materia de amor ya nada es como antes, quizás la intensidad del sentimiento sea el mismo que experimentaron nuestros abuelos y bisabuelos, pero la manera de expresarlo sí es, definitivamente, muy distinta. Ahora uno se pregunta ¿cómo se formalizan en estos tiempos las relaciones?
Como decíamos en una edición anterior, ya nadie dice cosas como: ¿quieres ser mi novia? Tampoco, menos, se pide la mano de la amada, las parejas cada vez se casan menos con pompas nupciales, ni siquiera contraen ante notario en ceremonia civil, no portan anillos de compromiso. Todo eso entró en desuso y amenaza con estar en vía de extinción. Toda una tragedia.
Un mal día las relaciones resolvieron comenzar a volverse volátiles, sin ningún anclaje, entonces nos acostumbramos a lo rápido y perecedero que es todo lo demás. Le tememos al compromiso y a dejar huella. Ahora los “te amo”, los “te quiero” se dicen en forma clandestina, el amor para siempre tiene una vigencia más corta que un yogurt. El uso excesivo del Facebook para la exhibición desmedida de fotos con grandes sonrisas y estados de ánimo en plenitud son ahora la forma de mostrar nuestra felicidad en pareja, aunque, lastimosamente, cuando es así aireada públicamente, resulta muy efímera. El Facebook es el reflejo de las nuevas formas de demostrar nuestro amor (y odio, también). Ya nadie escribe cartas de amor porque piensa que al hacerlo corre el altísimo riesgo de dejar rastro y prueba de un compromiso de amor adquirido, y eso les resulta una pesada carga.
Algo tenemos qué hacer, no podemos ser tan indolentes ante la agonía de la más bella costumbre de expresar los sentimientos, no puede ser posible que la carta de amor sea remplazada por el lacónico e impersonal “TQM” de los chats por whatsapp o messenger. Es preciso rescatar la carta de amor porque es la manera más elevada de decir quiénes somos. La forma en que escribimos revela fielmente cómo pensamos y cómo somos, por eso hay que volverla requisito indispensable para escudriñar el alma de los amantes, para evaluar y ser evaluados.
Una carta de amor debe tener forma y tener fondo. Con la forma mostramos nuestra cultura y educación, exhibiendo algún dominio del idioma y cierta riqueza del vocabulario, buena sintaxis e impecable ortografía (resulta imperdonable una misiva de amor con errores ortográficos). Con el fondo podemos hacer de nuestra carta todo un poderoso misil a la línea de flotación del corazón de la destinataria, haciéndola irremediablemente naufragar en nuestros brazos.
Piense por un instante en la emoción que a usted le produciría recibir una carta de amor de esa persona que tanto le atrae, de seguro eso le haría muy feliz. Pues de igual forma sucedería en sentido contrario, usted puede lograr un efecto de veras mágico cuando envía una carta. Haga el ensayo, envíe alguna vez una carta de amor y observe la reacción que esto provoca.
Las esquelas de amor iban perfumadas con una sutil fragancia que refrescaba la memoria de nuestra presencia. Las damas, detallistas ellas, rociaban el sobre con un fino atomizador de suaves esencias de Estée Lauder o Chanel N°5 y, a veces, adjuntaban dos o tres cachumbos (cabellos rizados), mientras los caballeros incluían, como anexo, algún pétalo de rosa. Por ello, cuando los amores terminaban se procedía al protocolo de la devolución de cartas, fotos y pelos, todas ellas en un atado asegurado con cinta roja si ella quería dejar la puerta entreabierta para una futura reconciliación, o con una ordinaria pita de cabuya si se terminaba con desprecio.
Pocas cosas producen tanta desazón o tanta risa como releer las tonterías y ridiculeces que escribimos en esos estados de arrobamiento del alma y de inconsciencia total en los que caemos cuando entramos en profundo enamoramiento. Pero que esto último no lo desanime, no hay manera más emocionante y deliciosa de hacer el ridículo. Además, la sociedad y el mundo entero se confabulan para tolerarnos con gran generosidad esos momentos de insania mental cuando ellas sienten maripositas en el estómago y los hombres un hormigueo por todas partes.
Una buena carta de amor es literatura pura. En ella son permitidos y hasta bien vistos todos los retruécanos posibles, todas las metonimias, los sinécdoques, las hipérboles y las metáforas, las anáforas, las aliteraciones, las alegorías y los epítetos, las onomatopeyas, las sinestesias, los pleonasmos, los perífrasis, las epopeyas, las prosopografías y los polisíndeton que encuentre. En fin, como dice un bello bolero, aunque sean tonterías, escríbeme, escríbeme.