La segunda cosa más vieja creada por la humanidad, después de la prostitución, son los impuestos. Hay vestigios de normas que bien podríamos considerar como los primeros estatutos tributarios o estatutos de rentas, en textos hallados en China, Egipto y Mesopotamia que tienen algo más de cinco mil años de antigüedad.
Los primeros tributos se consideraban como un derecho divino que tenían las clases dominantes para disponer de ellos a su antojo y provecho. Vinieron luego muchas guerras emancipadoras de tal estado de cosas a lo ancho y largo del planeta, y en todos los siglos anteriores, como lo fue la revolución francesa, la revuelta de los comuneros y luego la guerra por la independencia de América, la revolución bolchevique y varias gestas africanas.
Todas estas guerras con sus miles y miles de muertos fueron moldeando los estatutos tributarios de todos los países hasta convertirlos en lo que deben ser: reglas de juego que definen la retribución de los agentes económicos – personas naturales y jurídicas – a la entidad territorial en que residen por el derecho que tienen a desarrollar alguna actividad que les genere ingresos, o simplemente a disfrutar de la infraestructura existente (servicios públicos, etc.).
Diversas doctrinas económicas tienen diferentes enfoques acerca del papel que deben jugar los impuestos en la sociedad, siendo finalmente aceptado que las rebajas en los tributos generan mayor inversión y con ello mayor empleo, activando así todo un círculo virtuoso que deriva en mayor desarrollo y prosperidad. En este sentido el presidente Duque ha señalado que será ese el derrotero de su política económica y muy seguramente los resultados serán estupendos en los próximos años.
Son distintas las perspectivas que se tienen desde la óptica del sector privado y la del sector público, especialmente en las entidades territoriales como los municipios. En la empresa privada el criterio se basa en cuánto dinero tenemos para así poder determinar cuánto podremos gastar, mientras que en alcaldías y gobernaciones es al revés: primero se establece cuánto se quiere gastar para luego fijar cuánto se requiere recaudar. Esta cómoda visión desde lo público no consulta muchas veces la realidad económica que vive el entorno en donde se aplicará el régimen tributario, haciendo que resulte injusto y exagerado, además de nocivo para los propósitos de generar desarrollo empresarial en la región.
Los impuestos son para atender las necesidades evidentes de inversión física y social, así como para el sostenimiento de una estructura administrativa razonable, no para satisfacer apetitos de índole económica o burocrática que nos retrotraigan a la época de las clases dominantes a las que nos referíamos al inicio de este artículo.
Tal como ha sucedido en el pasado, la sociedad rechaza las tasas impositivas que le resultan excesivas, como es el caso del predial y, más aun, el mal uso que se hace de lo recaudado en cosas que se consideran superfluas y caprichosas, que solo sirven a la vanidad del mandatario, para ello el pueblo cuenta con diversos instrumentos legales que permiten hacer los ajustes a que haya lugar. Al fin y al cabo, los gobernantes no son ningunos zares ni faraones, son simple y llanamente unos empleados públicos, asalariados, que sólo tienen de diferente el que han sido elegidos y no nombrados, como los demás. Ya no hay clases dominantes por mandato divino. Menos mal.
Por: Luis Raúl López M.