Antes de dos años China habrá lanzado al espacio su propia luna, con la que espera ahorrar casi doscientos millones de dólares en iluminación urbana para la ciudad de Chengdú y demás poblaciones de la provincia de Sichuan, ubicada al sudoeste de ese inmenso país. Este satélite brillante será ocho veces más luminoso que nuestra luna y será enviada desde el centro de lanzamiento de satélites Xichang en Sichuan, bajo la responsabilidad de la Tian Fu New Area Science Society.
Se tiene previsto lanzar tres lunas más en 2022 si este primer lanzamiento de carácter experimental tiene éxito, y dado el tamaño de esa nación y la gran cantidad de ciudades más grandes e importantes que Chengdú, es bien probable que terminen lanzando unas treinta más. No sobra advertir que, obviamente, las lunas artificiales no son muy grandes, pero tienen una capacidad muy superior de reflejar la luz solar; esta primera luna experimental tendrá un cubrimiento de 50 KM cuadrados dentro de la ciudad, las próximas tendrán mayor cobertura.
La noticia, además de asombrosa por el avance tecnológico chino, no deja de ser preocupante por las implicaciones de todo orden que pueden derivarse de la existencia que habrá de gran cantidad de lunas artificiales que orbitarán sobre la tierra en los próximos años, pues seguramente Rusia, Japón, USA, Inglaterra, Francia, Alemania y otros países se animarán a tener lunas propias para iluminar las calles de sus grandes ciudades. No en vano la tierra tiene su día y su noche, luz y oscuridad, las fases de la luna gobiernan muchos aspectos de la naturaleza. Alterar ese equilibrio no parece nada aconsejable.
Como quiera que el papel que juega nuestra luna es reflejarnos en la noche la luz del sol cuando nos ocultamos de él, cabe preguntarse qué efectos nos traerá tanta luminosidad a toda hora proveniente del espacio – así sea artificialmente – en las mareas, en las lluvias, en los vientos, en la agricultura, en los distintos ciclos biológicos, en el comportamiento de los enamorados y hasta en el genio de las mujeres.
China no es el primer país que intenta captar luz solar con lunas propias, ya en los años noventa los científicos rusos lo intentaron lanzando al espacio espejos gigantes para reflejar la luz hacia determinados puntos de la geografía rusa, en un proyecto experimental llamado Znamya o Banner, y les funcionó, pero por alguna razón abandonaron el proyecto.
Si no ha sido posible que los países industrializados respeten los protocolos del llamado Acuerdo de París sobre cambio climático, reduciendo las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI), es poco probable que acaten un llamado a controlar la superpoblación de lunas.
Chengdú no es ningún villorrio chino, pero tampoco está entre las diez ciudades más importantes de esa nación, lo que nos da una idea de la cantidad de satélites que habrán de enviar para cubrirlas a todas.