¿Qué tanta trascendencia tiene o se le puede conceder a un partido de fútbol? La respuesta no es la misma si la pregunta se hace antes o después de algunos muertos y heridos adentro o en las afueras de los estadios. Si ha habido muertos y tragedia se recalca que la violencia es una estupidez porque al fin y al cabo se trata solo de un juego, pero en los días previos a dicho “simple juego” todo el mundo se ha encargado de avivar las pasiones más intensas, atizando así el ambiente que invariablemente termina en sangre.
Un estupendo trabajo de tesis de grado en sicología en la Universidad Javeriana, de Cali, de Juan Sebastián Giraldi y David Felipe Mejía, establece como primera hipótesis que el fútbol es un escenario del deseo que resulta muy atractivo a las pasiones humanas porque la dinámica de este deporte permite proyectar y dramatizar las fantasías infantiles propias del complejo de Edipo. Así las cosas, excita las fantasías en donde el jugador preferido es el héroe idealizado, el árbitro es odiado porque no permite alcanzar la gloria sin obstáculos, y el equipo contrincante es el rival al que hay que derrotar para lograr el trofeo fálico gracias a los goles que provocan el éxtasis colectivo.
Lo que sucedió con la final de la Copa Libertadores, donde la tensión entre las llamadas barras bravas de River Plate y del Boca Junior obligó a suspender el encuentro ante los graves hechos sucedidos cuando centenares de hinchas furibundos de River agredieron salvajemente el bus donde se movilizaba el equipo Boca Junior, es una vergonzosa muestra de varias cosas.
En primer, lugar ratifica aquello de que la masa es bruta; solo a unos brutos en manada se les ocurre querer asesinar a unos jugadores. Y luego nos dicen que es solo un juego.
Pero también nos da una clara demostración de la forma tan ruin como se manipula a esa masa por parte de los benditos directivos del fútbol, quienes con tal de ganarse unos dólares más son capaces de concertar un espectáculo de alcance mundial como el que vimos.
La hinchada de un equipo es un activo muy importante, tanto o más que la nómina de jugadores fichados, porque es ella la responsable del factor motivacional del desempeño del equipo en la cancha, pero esa es una relación bidireccional pues, así como la hinchada transmite sentimientos hacia el equipo, el desempeño de este transmite frustraciones o satisfacciones en sus fans y estas se expresan a menudo de forma violenta.
La violencia en las tribunas data de 1922 en Argentina, luego en Italia aparecieron los Tifosi, los Ultras y los Gamberros, en Brasil las Torcidas y en Inglaterra los Hooligans, quienes se llaman así en homenaje (¡) a un borracho irlandés llamado Edward Hooligan, quien destrozaba los bares peleando con quien le llevara la contraria. Los primeros muertos se dieron en Inglaterra en 1966.
En Colombia empiezan a conformarse grupos radicales en Cali, Medellín y Bogotá, que a la pasión por su equipo le suman rencillas regionalistas todo esto en un contexto que coincide con la época dorada del narcotráfico y su violencia. Así, poco a poco, fue llegando al país la cultura de las barras bravas con sus decorados en el estadio, sus cantos de guerra, sus peleas masivas en las afueras de los estadios, los homicidios y los ataques en carretera a los buses con hinchas de otros equipos.
Nada de esto tiene justificación, es solo un juego sin la mayor trascendencia