VIVENCIAS | FUERA ENVIDIOSOS

vivencias fuera envidiosos

Casi que a diario nos hablan y promueven cursos que inculcan la importancia de tener pensamientos positivos, lo cual se considera esencial para la prosperidad económica, la salud y nuestro relacionamiento social. Pero si eso es importante, más aún lo es tener sentimientos positivos. Esto signifi ca hacer el enorme esfuerzo de eliminar toda clase de sentimientos negativos, tales como dolor, ira, rabia, rencor, remordimiento, culpabilidad, avaricia, ansiedad, depresión cólera, odio tristeza, egoísmo, venganza, superioridad, soberbia, enojo, mal genio, atropello, fastidio, molestia, furia, resentimiento, hostilidad, animadversión, impaciencia, indignación, irritabilidad, violencia …..y en especial, la envidia.

Siempre hemos escuchado que de todos los pecados que cometemos – veniales y capitales – el de más difícil absolución total y real, es la envidia. Y nada es menos perdonado que la envidia por las espantosas e impredecibles consecuencias que puede acarrear cuando no se amansa debidamente. Quienes sienten envidia en el fondo tienen una idea base de ser inferiores, que se confi rma cuando ven que otros logran lo que ellos no pueden. Esto genera comparación, frustración e incluso, en los casos más graves, odio y deseo de “destrucción”, humillación o denigración del otro, hasta el extremo de planear y ejecutar la eliminación física de la persona envidiada.

Este es un sentimiento muy vergonzoso y vergonzante para quien lo experimenta, por ello la envidia es un tabú social que se lleva en silencio, nadie lo admite en público, entre otras cosas porque es visto como una muy pobre y vulgar reacción ante el reconocimiento de una derrota. Cada quien lo maneja según su nivel cultural, siendo el común denominador el interés en ocultarlo o, al menos, disimularlo. Más de uno considera a la envidia como una forma perversa de admirar.

Un primer grupo de personas optan por imitar a quienes envidian, piensan que pareciéndose a la víctima no se notarán tanto las malas vibras que le tienen; otro grupo, al verse incapaz de alcanzar los mismos logros, se deprime y sufre en silencio. Pero hay un tercer grupo, menos culto, que extrovierte, sin vergüenza alguna, la molestia, rabia y odio que le produce la víctima. Entonces entra en franca confrontación con ella criticándole su forma de ser y de actuar.

El sociólogo italiano Francesco Alberoni dice magistralmente que “el envidioso desea acercarse al envidiado, ser reconocido por él, identifi carse con él y sustituirlo”. En los casos patológicos, tal como sucede con los celosos, el envidioso sólo puede hallar satisfacción en la destrucción completa del envidiado, en su desgracia total e incluso en su desaparición física.
Este sentimiento malsano puede aumentar cuando encontramos que lo que lo desencadena riñe con nuestro sentido de la justicia, como cuando, por ejemplo, vemos que un compañero de trabajo ha obtenido un ascenso porque se lleva mejor con los jefes. Freud afi rma que la justicia puede emanar de los deseos de los envidiosos. Es frecuente ver en un grupo familiar que los hermanos observan la conducta de los demás guiados por la envidia, de forma que ninguno de ellos sea más favorecido que otro por sus padres: si uno no puede ser el preferido de ellos, pues que ninguno lo sea. Algo así como que ni para Dios ni para el diablo.
Nada hay más molesto que lidiar con la envidia que nos tienen, se pueden ensayar varias formas de hacerlo, como dialogar tratar de empatizar con el envidioso, y algunos otros trucos de relaciones públicas, pero, sin lugar a dudas, lo mejor es alejarse de personas así. Son enemigos al acecho que en cualquier momento te clavarán el puñal

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