CRÓNICA | BUENOS AIRES

Difícilmente podría existir una ciudad mejor bautizada que Buenos Aires, porque realmente sí que lo son. Prueba de ello es que más de un millón seiscientos mil autos circulan a diario por ella y para nada se siente polución, el aire es deliciosamente puro y se mueve con una agradable brisa permanente en esta capital tan monstruosamente grande como hermosamente bella.

Pero allá no solo no hay polución sino que tampoco hay atascos de tráfico porque semejante cantidad de carros ruedan por unas avenidas fantásticas, una de las cuales – la 9 de julio – con sus 18 carriles en 140 metros, de una acera a otra, es la más ancha del mundo. En cualquier recorrido que se haga por la ciudad hay que cruzarla en algún momento, es el corazón de la ciudad, y como ella hay otras de hasta ¡12 carriles en un solo sentido!, como la Avenida Libertador. La movilidad allí funciona muy bien gracias a que, además de sus formidables avenidas, tiene un metro de 106 años de antigüedad, al que llaman Subte, que funciona muy bien y cuyo pasaje tiene un costo de tres centavos de dólar. Igual tienen muy buen servicio de tren de cercanías, en el que es una maravilla el paseo hasta San Isidro y Tigre, donde se toma un pequeño barco para hacer el recorrido por el delta del Paraná en una experiencia inolvidable.

Es la primera semana de octubre y, aunque se supone que ya es primavera, los vientos son helados, lo cual hace increíble que antecedan a los calores que vendrán en diciembre y enero, cuando esté el verano en su apogeo. Al segundo día de estar allí es imposible no enamorarse de la ciudad, de sus calles bordeadas de unos árboles que cuando llueve perfuman los tradicionales barrios Palermo y San Telmo con un aroma delicioso e inolvidable.

No es tan emocionante llegar a Buenos Aires por el aeropuerto como por el puerto sobre el Río de la Plata. Ingresar al puerto – Puerto Madero – observando la hermosura de las edificaciones a lado y lado del río es una experiencia indescriptible. Puerto Madero, con su famoso Puente de la Mujer, del arquitecto Calatrava, es uno de los 48 grandes barrios en que se divide la gran CABA – Ciudad Autónoma de Buenos Aires, lleno de bares y restaurantes del más alto nivel.

Las viejas y emblemáticas edificaciones públicas son fiel reflejo de la potencia económica que fue Argentina en la primera mitad del siglo diecinueve. Son realmente imponentes los edificios del Banco de la Nación, así como las facultades de Ingeniería de la Universidad Católica y la de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, que nada tienen que envidiarle a Harvard. Hay decenas de edificios antiguos, como el de los correos y el de Aguas de Buenos Aires, que son verdaderos palacios y nos dicen que estamos ante la que fuera la economía más fuerte de Latinoamérica, de España, Canadá, Australia, Italia, y Japón.​

El teatro Colón de Buenos Aires es uno de los cinco mejores del mundo para ópera por su acústica impresionante. Bajo la silletería existe una especie de caja de resonancia en madera de una ingeniería asombrosa. Su foyer y pasillos están coronados con auténticas obras de arte esculpidas en varios tipos de mármol. Por su parte, la legendaria librería El Ateneo que funciona en el antiguo teatro el Grand Splendid, con su tamaño y belleza nos recuerda que estamos en la gran capital latinoamericana de las artes gráficas. 

A quienes estudiamos economía nos hacían leer sobre la llamada “paradoja argentina”, con la que se describía la forma como un país rápidamente podía pasar del primer al tercer mundo por sus malos manejos económicos (hoy tal paradoja es superada con creces por la venezolana). Esas primeras décadas del siglo anterior fueron realmente esplendorosas, entonces decidieron que su ciudad fuera una especie de réplica de París, con sus calles amplias y adoquinadas, su preciosa arquitectura, todo, absolutamente todo era francés, hasta el extremo de que las damas de la alta sociedad argentina utilizaban las mismas modas y prendas que se estaban usando en el momento en París, sin importar que las estaciones estuvieran invertidas, con lo que en pleno verano en Buenos Aires, con temperaturas de cuarenta grados, las damas argentinas usaban los abrigos de la temporada de invierno en París. El Café Tortoni es un vestigio divinamente conservado de ese pasado esplendoroso de Buenos Aires.

Esa obsesión por ser franceses terminó al mismo tiempo que su esplendor económico. Como buenos latinoamericanos no supieron administrar su riqueza y los partidos políticos en su pugna por el poder crearon un caos que, como en Venezuela, animó a los militares a tomar parte activa en la política dizque para enderezar las cosas. Lo que vino después fue una época de muy ingrata y dolorosa recordación para los argentinos, que culminó con la humillación sufrida en las Islas Malvinas.      

Habíamos escuchado siempre ponderar la calidad de la carne argentina pero jamás pensamos que pudiera ser realmente tan buena, sin duda es la mejor del mundo, aunque lastimosamente allá no conocen la yuca y entonces la acompañan con unas papas – obviamente a la francesa – bañadas en aceite. Es increíble que se coma tan bien a un costo tan bajo en dólares. Si a los colombianos nos resulta económico, con mayor razón a los brasileros, quienes tienen literalmente invadido a Buenos Aires, recordándonos la década de los 70’s, cuando los venezolanos viajaban por el mundo comprando de todo porque les parecía barato. Se ven tantos brasileros que es prácticamente obligatorio que todos los empleados de tiendas y restaurantes de Buenos Aires hablen portugués. No es arriesgado decir que más de la mitad de conductores de Uber son venezolanos, igual abundan trabajando en restaurantes y almacenes. Ellos hacen con agrado aquellos trabajos que el raizal, en su proverbial inmodestia, no considera de su nivel.

Uno podría pensar que esa pedantería que se les atribuye a los argentinos no es por lo que se creen de sí mismos sino porque están más que seguros de que tienen la ciudad más bella del mundo y, por supuesto, el mejor fútbol del planeta. Cada clásico River Plate vs Boca Junior bien podría parecer toda una lucha de clases: River tiene su enorme y moderno estadio – el Monumental – en la exclusiva zona de Núñez, mientras que el Boca tiene su tradicional Bombonera en una popular barriada muy cerca de Caminito, célebre calle de milongas, percantas, discusiones en lunfardo y, por supuesto, mucho vino y cerveza. El fútbol es tan consubstancial al ser argentino como al uruguayo, los hombres luego de presentarse lo primero que se preguntan es a qué equipo pertenecen.

Librería El Ateneo
Café Tortoni

Además de los perfumes de sus árboles se siente allí el aroma de una intelectualidad vanguardista y de un movimiento artístico insuperable, siente uno la magia de respirar el mismo aire que les dio vida a Borges, Cortázar, Sábato, Storni, Quino, Piazzolla, Cerati, Gardel y a centenares de artistas más que han florecido de manera silvestre en esa tierra tan maravillosamente feraz que es Argentina, tanto para la intelectualidad como para la agricultura y ganadería. Sin duda el éxito de Quino con su Mafalda reside en que retrata a la perfección la vida y costumbres de la clase media de su popular barrio San Telmo.

Como corresponde a una ciudad donde el arte y la intelectualidad se respiran en la calle, la cultura ciudadana es ejemplar. En las principales avenidas grandes avisos luminosos les recuerdan a los conductores que “Primero el peatón, siempre”, con lo que, como en Washington, basta poner un pie en la calzada para que los autos se detengan en cuidado del caminante.

Es tan bella y acogedora Buenos Aires que es inevitable abordar el avión sintiendo enorme pesar por dejarla. Quiera Dios que los argentinos superen algún día esa especie de ciclotimia política que les hace dar bandazos entre la derecha y la izquierda. Los tiempos son otros, el mundo avanza y conviene tener nuevos ídolos, diferentes a Perón y Maradona, así podremos volver y encontrar un país próspero y democrático, donde el “no llores por mí Argentina” no se vuelva un no nos hagas llorar por ti Argentina.

Palermo Soho

Por: Luis Raúl López M.

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