Al inicio de cada nuevo año todos nos hacemos promesas que al cabo de un par de meses hemos olvidado: voy a adelgazar, voy a estudiar algo más, voy a trabajar más. Pocos, muy pocos, nos hacemos un propósito central del cual se derivarían todos los demás: en el 2020 voy a quererme más. Por estar buscando la aprobación de los demás nos olvidamos de lo que nos es esencial como propósito de vida. A una persona segura, con las ideas claras, que crea en sí misma y con planteamientos serios, le queda mucho más fácil alcanzar sus objetivos.
Uno de los mayores valores que las personas tienen es la creencia en sí mismas, en lo que son, en lo que quieren ser y en su capacidad de lucha por conseguirlo. Es un grave error es vivir haciendo todo aquello que los demás esperan o quieren que hagamos. Esto sucede cuando solo se busca la aprobación de los demás y tememos que quienes nos rodean se enfaden con nosotros, o no deseamos contrariar a las personas a las que queremos y entonces caemos en el chantaje emocional. Como necesitamos sentirnos queridos o respetados, entonces entramos en el juego: no hacemos lo que más deseamos en ese momento para no herir o no sentirnos culpables.
Hemos sido educados con el sentimiento de culpa grabado en nuestro cerebro de forma permanente, como sucede cuando nos dicen que nacemos con el pecado original a cuestas y luego nos lo refuerzan con frases como las siguientes: “no salgas a la calle porque papá se sentirá preocupado, “no llegues tarde porque te podrá pasar algo malo, “cuidado con el vaso de leche que se te caerá, “si eliges irte a ese lugar, me harás sentirme muy triste” y un largo etcétera de frases similares, que hemos escuchado desde nuestra más tierna infancia.
¿Y qué nos ha sucedido? Que nos hemos convertido en personas temerosas, poco arriesgadas y hemos perdido la creencia en nosotros mismos. Hemos decidido vivir la vida que las personas que nos rodean y quieren han decidido para nosotros, pero no la que hubiéramos deseado experimentar. ¿Por qué?
No toda la culpa la tienen nuestros padres, nuestras parejas o
nuestro entorno. En gran medida nosotros somos los mayores responsables porque
hemos entrado en el juego de las emociones y no hemos querido contrariar a
nadie, porque en el fondo de nuestro corazón, necesitamos que nos quieran o nos
respeten, necesitamos la aprobación de los demás.
Cuando usted rompe los lazos de la búsqueda de aprobación por parte de los
demás habrá conseguido andar un largo camino que le conducirá a ser mejor
persona, inicialmente para usted mismo y luego para los demás. Quizás en
algunos momentos podrá ser tachado de egoísta, pero ¿qué somos capaces de
ofrecer a los demás cuando nos sentimos frustrados, fracasados o sin rumbo?
Seguramente, nada. Pues entonces es el momento de abandonar viejos hábitos y
empezar a cuidarse y a quererse; en el instante que lo consiga, estará
ofreciendo a sus seres queridos, a sus amigos y a sus colaboradores, lo mejor
de usted mismo.
Debemos aprender a creer en nosotros, a no necesitar la aprobación de los demás y a no ser una copia de personas que para nosotros son referentes. Emular a personas respetadas o exitosas suele ser otro error en el que se suele caer. Nuestra mente idealiza a una persona y entonces aprendemos sus gestos, su forma de expresarse, su forma de relacionarse para, al final, ser una burda copia de ellos, habiendo perdido nuestra personalidad, nuestros valores, en resumen, nuestra esencia de ser humano y nuestra imagen.
Potenciar lo que realmente somos no es una tarea fácil pero sí muy gratificante. Cuando una persona se siente con confianza y cree que puede hacer todo aquello que desea, entonces se desata una gran fuerza interior, que impulsa a conseguir todos aquellos sueños que se persiguen. Es entonces cuando pueden materializarse todas las demás promesas que nos hacemos a fin de año.