La serie del “Chavo” ha sido por años una fuente inagotable de inspiración y sonrisas. En uno de sus capítulos Don Ramón llega a la vecindad voceando “sombreros, botellas o ropa usada que vendan” y Doña Florinda lo cuestiona diciéndole, “¿ese es el maravilloso empleo que consiguió, de ropavejero?” a lo que responde “Yo, no soy ropavejero, soy un agente especializado en compra y venta de artículos para el hogar”.
Ahora,
se ha preguntado realmente cuál es la esencia de su trabajo, por ejemplo, si
labora en un banco pensará: recibir solicitudes, cobrar o asignar cupos a los
clientes, o si hace parte de la plantilla de la empresa de aseo, dirá: barrer
las calles.
Ante estas respuestas le invito a reflexionar, porque esas podrán ser sus
funciones, pero no son la esencia de su encargo. Esa esencia, es aquella que
permite elevar su trabajo a una dimensión que denomino “sublime”, tal como
pretendo ejemplificarlo en el siguiente relato: una persona pasa por una
construcción y pregunta un albañil ¿qué está haciendo? a lo que responde
“pegando ladrillos”, avanza, e interroga a otro que hace lo mismo que el
anterior, quien le dice “construyendo una pared”, ya casi por terminar el
recorrido, vuelve a indagar al último albañil lo mismo, quien le dice
“construyendo un templo”.
Fíjese, es la misma actividad vista con una actitud diferente, así que ¿cuál
será la dimensión sublime de los trabajos del párrafo anterior?, ¿ya tiene la
respuesta? El banquero se convierte en un “asistente financiero” y el
trabajador de la empresa de aseo en “guardián de un mundo mejor”. Cuando
cambiamos la dimensión de lo que hacemos el sentir del cliente y la motivación
se transforma para siempre, tal como lo hace Ferrari, donde los trabajadores
son “artesanos” y en Disney “actores”, ese pequeño gran cambio, es una fuente
inspiradora de generación de valor para al cliente.
Sin embargo, en este mundo de dimensiones sublimes pasa todo lo contrario y así
lo siento cuando me reciben para una de mis presentaciones, los anfitriones
sacan a relucir, su posición privilegiada mencionando su cargo, al que por el
día a día o lo rutinario de sus funciones ya le perdieron cariño, y ahora, son
como robots corporativos repitiendo una y otra vez la misma tarea olvidando la
esencia del por qué lo hacen.
En resumidas cuentas, el propósito más noble sobre el que laboralmente debería
girar cualquier cargo es el de «ideólogos de la felicidad», imagínese
una compañía que cuente con un maravilloso grupo de gente pensando en todo
momento ideas para que el cliente este feliz. El portero dejaría de serlo para
convertirse en “orientador de soluciones”, el mesero sería un “asesor
gastronómico”, y el médico, “garante del futuro”. Su misión sería, pensar cuál
es esa dimensión sublime que debería darle a sus labores diarias, y si ocupa la
posición de gerente o líder, abandone ese rótulo y conviértase en el más grande
“inspirador de soluciones” para que pueda permear a todo el personal el interés
de propender por la felicidad del cliente.
Por: Juan Carlos Quintero Calderón
Marketing Consultant – Columnista Portafolio