El tema de la felicidad siempre ha gravitado sobre todos los individuos y todas las sociedades a través de los siglos. Mucho se ha escrito sobre ella y por lo general se ha concluido que es un concepto muy subjetivo porque depende de la escala de valores y sentimientos de cada quien. Se ha dicho que la felicidad es un estado mental y emocional que está regido por mecanismos bioquímicos que se han ido modelando con la evolución de la especie.
Es decir, cuando ganamos la lotería o nos enamoramos, lo que realmente nos hace felices no es el premio o la chica sino las sensaciones agradables que por ello experimenta nuestro cuerpo ante la secreción de sustancias bioquímicas, como la serotonina, la dopamina y la oxitocina, entre otras. Pero, así como no hay mal que dure cien años, tampoco hay dicha que dure tanto: las explosiones de felicidad son de corta duración. La evolución se ha encargado de que no seamos ni demasiado dichosos ni demasiado desdichados, por eso pasamos de la euforia a la depresión.
Lo interesante de este asunto que analiza con gran maestría Yuval Noah Harari en su libro “De animales a Dioses” es que los grandes expertos comparan la bioquímica humana de la felicidad con el funcionamiento de un sistema de aire acondicionado que mantiene la temperatura constante en el nivel al que está programado y así estemos en una noche lluviosa o un mediodía muy soleado siempre mantendrá el ambiente en los grados centígrados que se le prefijaron.
Si el buen o mal genio pudiera medirse en una escala de 1 a 10, algunos nacemos con un sistema bioquímico alegre que permite que nuestro humor oscile entre los niveles 6 y 10, con tendencia a estabilizarse en 8. Esto hace que permanezcamos felices a toda hora y ante cualquier circunstancia, por adversa que sea. Otras personas, por el contrario, nacieron con una bioquímica triste que les ubica en una escala entre 3 y 7 lo que les hace que sean amargados o malgeniados, a quienes ningún motivo de felicidad los llevará más arriba del 7 porque su cerebro no está construido para la dicha y el alborozo, son incapaces de celebrar un buen chiste y son aburridoramente serios y predispuestos a enojarse por cualquier cosa.
Este sistema de aire acondicionado preestablecido no solo funciona así en el plano individual sino en el colectivo, lo que se evidencia en la diferencia de comportamiento de los hinchas de un victorioso equipo de fútbol con el de los integrantes de un grupo armado ilegal en el monte.
Esto nos lleva a revisar nuestra prioridad para llevar una vida placentera y ser efectivamente felices: manipular nuestra bioquímica. El eslogan de la Nueva Era resume a la perfección este argumento biológico cuando nos dice que “la felicidad comienza por dentro”. Ni las grandes casas y camionetas, ni la vida de lujos y ostentación de cirugías plásticas nos proporcionarán verdadera felicidad. Esta solo proviene de los niveles de serotonina, dopamina y oxitocina que manipulemos para mantenernos en los niveles del 6 al 10.
Sería útil e interesante que cada uno de nosotros hiciera el ejercicio íntimo de determinar cuál es el nivel que su sistema tiene prestablecido desde la cuna. Siempre vamos a querer estar en la parte más alta de la escala y eso es algo que hoy día podemos lograr. El primer paso es saber en dónde estamos, luego comenzar a subir en la escala.