Quienes han tenido la terrible experiencia de haber sido contagiados por Covid 19 y se han recuperado satisfactoriamente, coinciden en sus reflexiones acerca de la nueva valoración que hacen de lo que hasta ahora había sido algo elemental y de rutina en sus vidas.
Normalmente respiramos entre 25.000 y 30.000 veces al día, con actos reflejos, involuntarios y mecánicos, en los que jamás reparamos. Pero no es sino que una enfermedad nos impida ejecutarlos a plenitud para que entremos en serios problemas y comencemos a darle un valor inusitado. Ese medio litro de oxígeno que captamos cada vez que respiramos alcanza a valer todo el oro del mundo cuando nuestra vida comienza a peligrar por las dificultades que tenemos para hacerlo por cuenta de la inflamación de los pulmones.
Perdemos luego el sentido del sabor, lo que produce una de las sensaciones más desagradables que podamos experimentar. No distinguimos lo dulce de lo salado ni de lo amargo. Nos dalo mismo comer un helado de chocolate con almendras que una pizza cargada de anchoas o un asado, un chicharrón con yuca o unos espaguetis a la boloñesa porque no nos saben absolutamente nada. O bueno sí, todo tiene una especie de sabor metálico insufrible. El mundo de la insipidez es triste, deprimente, frustrante, desesperante a veces. El único alivio es la esperanza de que luego de algunas semanas el sabor vuelve lentamente a aparecer.
La pérdida del sentido del olfato es algo que nos produce gran ansiedad y muchos nervios. A fin de cuenta este es el primer sentido que desarrollamos en nuestro proceso evolutivo desde la etapa en que éramos australopitecus, luego Habilis, Erectus y Sapiens, con lo que es el sentido que le da soporte a nuestro intelecto. Basta recordar que los primeros primates rechazaban por el olor a los frutos que les causaban enfermedades, de manera que el ser humano al perder, así sea temporalmente, este sentido, se siente altamente vulnerable. Se pierde en buena medida el apetito, el hambre se estimula con el olor de la comida, no en vano el célebre bambuco Campesina santandereana nos dice “que saben a lo que huelen, las rosas de mi rosal.
El primer sentido en ausentarse es el sabor y a su vez es el último en regresar, o sea que es la afectación que dura más. Los dos sentidos están estrechamente ligados, al punto de que muchos dicen que las cosas saben a lo que huelen. La perderse el olfato se pierde también la ansiedad de comer algunas cosas, como por ejemplo carne a la parrilla, cuyo olor estimula la secreción de jugos gástricos.
Las cosas simples, decíamos, adquieren un valor inusitado. Por ejemplo, no poder oler el jabón o el champú que utilizamos cuando nos bañamos produce una gran desazón, lo mismo que no reconocer el olor de nuestros seres queridos y el nuestro propio luego de aplicarnos la loción o perfume.
Sin duda esta será una experiencia inolvidable para quienes tuvieron la fortuna de solo tener estos síntomas cuando fueron contagiados. Son muchos quienes no podrán contarnos cómo fue su experiencia con la covid 19.
Cuando todo esto haya pasado es imposible que no cambie nuestra percepción de lo que nos rodea. Miraremos con ojos más benevolentes a la naturaleza, nacerá en nosotros un deseo infinito de ser mejores personas, apreciaremos en mejor forma el trabajo de las enfermeras y los médicos, de quienes de alguna manera trabajan para nosotros.
Ha sido una lección a un costo muy alto en términos de pérdidas de vidas de seres queridos y la mejor manera de honrar la memoria de quienes nos dejaron es siendo mejores personas, entre nosotros y con el planeta.