La imprudencia se define como falta de cuidado o de diligencia en nuestro relacionamiento, bien sea social o de negocios. O sea, es cuestión de inteligencia y buena educación, como pilares esenciales de nuestro desempeño social.
Estamos tan mal acostumbrados que es un vicio social del que ya nadie se queja, las personas lo toleran y toman como algo natural. Los imprudentes abundan y pocas personas tienen la capacidad de percibir cuando actúan.
El imprudente no mete la pata de mala fe, Simplemente no se da cuenta de que no está bien lo que está diciendo.
Un ejemplo clarísimo de esto se ha dado con ocasión del agravamiento de la situación de salud pública por cuenta de la pandemia. A quienes resultan contagiados por Covid-19 no se les debe llevar noticias trágicas sobre amigos o conocidos fallecidos porque esto les afecta emocionalmente haciéndoles bajar aún más sus defensas. Por su salud el paciente debe olvidarse por algunas semanas de su cuenta de Facebook y evitar esas amistades tóxicas a las que les encanta ser portadoras de malas noticias.
Llevar malas noticias a un enfermo, bien sea de Covid o de cáncer es más que una falta de prudencia (educación), es toda una falta de misericordia. A esos mensajeros del dolor hay que evitarles cualquier cercanía con nosotros por el daño que nos pueden causar. En tratándose de nuestra propia vida bien poco importa perder una amiga o un amigo de estos, ya una vez sanados habrá tiempo de recomponer cualquier relación que se afecte.
Seguramente todos cometemos errores, pero los de esta clase son fácilmente evitables con un poco de inteligencia para poder entender el contexto, las circunstancias en que se encuentra nuestro interlocutor. Imposible que a estas alturas no hayamos escuchado sobre “hablar empáticamente.