En las primeras clases de economía se enseña que esta ciencia trata de la interacción entre la oferta y la demanda, en la que la primera es limitada por la cantidad y la calidad de los recursos disponibles para producir bienes y servicios, mientras que la segunda, la demanda, no conoce límites porque el ser humano siempre quiere más de lo que tiene.
Cuando la demanda deja de ser racional y pasa a convertirse en ambición desmedida comienzan los problemas para quien la sufre. Es algo que realmente no produce placer alguno así se tengan los medios para satisfacerla, porque una vez se tiene el objeto deseado sobreviene el hastío.
Pero eso poco importa si creemos en la máxima de Pambelé “Es mejor ser rico que pobre”. Por ello los seres humanos establecemos de manera personal o cultural, determinadas nociones sobre lo que consideramos una persona de éxito. Para muchos, una vida exitosa es aquella que ha logrado el máximo de estatus social por medios económicos. Es decir, que ha alcanzado un lugar de privilegio en la sociedad gracias a los beneficios que otorga la acumulación de riqueza. Sobre todo, porque se asume que la libre elección está fuertemente condicionada por la tenencia de dinero. Además, porque la felicidad es vinculada, en ese esquema de vida, al acopio de riqueza.
Los norteamericanos tuvieron siempre la propensión a tratar de emular a sus vecinos, motivados por un fuerte sentimiento de envidia. El único modo de hacerse visible, de distinguirse, ha sido a través de los beneficios materiales de tener dinero.
Por todo ello, la posesión desmesurada de dinero es tan atractiva. No solo porque posibilita comprar todo lo que se puede elegir y, a la postre, querer. También, porque les permite a los humanos diferenciarse del resto de los mortales, siendo la diferenciación un rasgo que ha acompañado a la humanidad a lo largo de su historia. De este modo, el millonario o multimillonario, sustituyó al sacerdote, al guerrero, al aristócrata, al sabio, como sujeto de valoración general y se empezó a medir bajo criterios monetarios el éxito social.
Esta subcultura del dinero no ha permitido la creación de las condiciones mínimas necesarias para el desarrollo de una extensa clase media ilustrada, tampoco para la consolidación de una clase alta con niveles necesarios de ilustración. Por ello, lastimosamente, los sectores altos y medios han adolecido de otros referentes de valoración social que no sea el económico
En todas las sociedades humanas, las clases populares tienden a reproducir los hábitos de los sectores medios y altos. Las conductas de aquellos que tienen poder económico, son imitadas porque se les considera ejemplares; no en el sentido moral normativo, sino en el plano de las costumbres. Si los sectores sociales altos y medios se desinteresan por el conocimiento intelectual, cultural o artístico, es muy probable que los otros grupos sociales asuman que ese desinterés es una pauta de comportamiento social normalizado. Por ello la presunción es una conducta social aprendida de aquellos que se consideran “lo más importantes” de una comunidad.