Comencé a sentirme paranoico. Mi celular no dejaba de timbrar, las amigas de mi esposa al parecer habían regado muy bien la noticia, lo de “pero no le cuente a nadie” no había funcionado. Me llamaban personas que no conocía o recordaba. En medio del frenesí del triunfo y el éxito comencé a sentir miedo porque vivía en una ciudad extremadamente peligrosa y esa popularidad repentina me convertía ahora en un objetivo muy atractivo. Comenzaba a extrañar mi vida tranquila, entonces corrí a encerrarme en mi casa, pero al llegar me sorprendí al ver afuera a una buena cantidad de gente esperándome dizque para felicitarme.
Resolví entonces no saludar ni dejarme interceptar por nadie, comenzaron entonces los malos comentarios señalándome de asocial y antisocial. Mi mujer, por el contrario, estaba feliz con tanta popularidad. Al llegar a casa tuve una fuerte discusión con ella porque le recriminé que por cuenta de su lengua suelta era que ahora vivíamos el infierno de la fama. Me dijo entonces que si quería nos separábamos, pero que primero dividiéramos el premio.
Al rato nos reconciliamos, pero mi mujer me hizo crear un fideicomiso para guardar allí la parte que le correspondería a ella en caso de divorcio, quería que, llegado el momento, “su parte” se mantuviera intacta. Entre la DIAN con su espantosa ganancia ocasional, y el fideicomiso para un eventual divorcio ya se había mermado mucho mi premio y ahora solo tenía un poco menos de ocho mil millones, que, igualmente, era mucho dinero para alguien que, como yo, la víspera vivía muy apretado.
Mi mujer, pese a tener guardada la parte suya en el fideicomiso bancario, disponía sobre mi parte y entonces me hizo comprar la gran casa de sus sueños para que viviéramos “como lo merecíamos” y ya no sintiéramos pena sino orgullo de invitar a nuestras amistades. Una señora “muy distinguida” que trabajaba para una inmobiliaria había sido la encargada de conseguirnos y comprarnos la casa, que por ser para ella nos la dejaron en 2.600 millones. Como es apenas obvio la casa debió ser divinamente amoblada y para ello se contrató un decorador experto. Entre muebles, equipos y decorador se me fueron casi 500.
Antes de que mi mujer me dejara sin nada corrí a comprar de carro de mis sueños y a ello dediqué un poquito más de 300, la inversión incluía los gastos de matriculación. Consideré que no era apropiado coger para uso diario un auto tan costoso y entonces compré también una camioneta de 110 millones. Ya con eso quedaba más que satisfecho, no compraría nada más para mí. Mi mujer solo se compró un Mercedes pequeño, que costó un poco más de 200.
A mi hijo le pareció muy “chichi” la universidad local a la que acababa de ingresar en Cúcuta y tuvimos que organizarle un año de inglés en Bournemouth, al sur de Inglaterra, lo que me costó 142 millones incluyendo dos tiquetes. Fue después cuando me enteré que esa ciudad tenía una frenética vida nocturna en la que participaban jóvenes de varios países. Pensé que a mi muchacho nadie le quitaría lo bailado. Mi hija sí me costó mucho menos, fue solo un año en una academia de inglés en la Florida por 84 millones más 65 que gastó mi mujer en 6 viajes a visitarla.
Habíamos hecho una lista de familiares a quienes llamábamos “becarios”, integrada por 16 parientes suyos y 11 míos a quienes debíamos ayudar. Comenzamos con una casita para mis suegros que solo costó 540, a mis tres hermanos les di de a 500 a cada uno, a los demás familiares les di de a 100 millones a cada uno. A mi ahijada le di 400 para que participara en un emprendimiento de un amigo.
Luego de tanto gasto, lo que costó la inauguración de la casa nos pareció una chichigua. Dos buenas orquestas y un reconocido grupo vallenato nos alegraron la noche y quedamos muy bien con los nuevos vecinos. No me hizo sentir bien un señor mayor que me miró toda la noche como con lástima. Eso no me dejó dormir.
Gran parte de nuestra alegría de aquellas primeras semanas se esfumó cuando nos llegó el momento de presentar la primera declaración de renta y pagar el primer golpe en mayo, era una cosa de locos: 460 millones de pesos. En caja me quedaba escasamente lo de cubrir esa primera obligación y los gastos de mi nueva casa mansión por seis meses. Me vería en apuros para pagar la segunda cuota de impuesto en octubre, ya pensaríamos qué vender.
Fue un error decirle a mi mujer que me ayudara con algo de lo que ella había guardado aparte. Apenas me vio sin liquidez buscó pretextos para acelerar el proceso de separación y divorcio. Mejor dejo acá mi triste historia, ahora vivo donde mis papás, manejo un Twingo y comencé a vender seguros. Ahora sufro de insomnio y me trasnocho recordando la forma en que me miraba aquel hombre mayor.