¿Por qué confiamos más en unas personas que en otras? Y si son personas a las que acabamos de conocer, ¿en qué nos fijamos para saber si podemos confiar o no en ellas? Un factor clave podría ser la similitud de su rostro con el nuestro; a mayor similitud, mayor confianza.
Confiamos más en caras que se parecen a la nuestra, aunque no debe ser en la totalidad del rostro, basta alguna similitud en los ojos, en la boca o en nuestra manera de expresarnos. Así lo sugiere la Universidad de Osaka (Japón).
Definitivamente confiamos más en caras que se parecen a la nuestra, una regla que solo parece regir si hablamos de personas de nuestro mismo sexo (es decir, confiamos más en personas cuyo rostro se parece al nuestro, pero solo cuando esas personas son de nuestro mismo sexo).
En cambio, cuando el extraño es del sexo opuesto, el parecido con uno mismo no afecta a las calificaciones de confiabilidad (grado de confianza que le otorgamos al otro). A nivel biológico, la confianza que nos inspira el otro parece tener mucho que ver con la activación de la amígdala en determinados momentos, una región cerebral subcortical que juega un papel crucial en la generación de respuestas de miedo.
Lo primero que hicieron los investigadores para su estudio fue seleccionar 200 japoneses, todos ellos estudiantes universitarios. Tomaron imágenes de cada estudiante, concretamente de su cara frontal completa, con expresión neutra y sin gafas ni accesorios.
Se recortó el área de la cara para que se ajustara a una forma cuadrada, y todas las imágenes fotográficas quedaron en un tamaño de 512×512 píxeles. Con ello, ya tenían el material de estudio.
Posteriormente, se escogió al grupo de personas que realizaría el experimento (ya tenían el material obtenido a partir de las fotografías del primer grupo, un total de 200 caras que analizar). Concretamente, seleccionaron para este segundo grupo a 30 estudiantes universitarios japoneses (15 hombres y 15 mujeres), también de 19 a 24 años. Ellos iban a ser los encargados de evaluar lo fiables que le parecían las caras obtenidas anteriormente.
Los participantes se colocaron frente a un monitor, a una distancia de 65 cm, y en cada ensayo se les presentó la fotografía facial durante 0,5 s. Posteriormente, se les pidió que calificaran la confiabilidad de la cara en una escala de 1 (poco confiable) a 7 (muy confiable) utilizando un teclado numérico.
¿Cómo estudiar la confianza?
Para evaluar la confiabilidad, los evaluadores (el grupo de 30 estudiantes) imaginaron que confiaban en la persona de la pantalla, cuyo rostro se mostraba junto a una cantidad de dinero que era suya (del propio evaluador). Se les preguntaba si le prestarían el dinero a esa persona.
La respuesta positiva era codificada por los resultados del estudio como un signo de confianza y la negativa como de desconfianza. En cuanto a la dinámica del experimento, cada 1,5 segundos se les presentaba una nueva cara a los evaluadores (participantes).
Resultados
Parece que los participantes calcularon automáticamente la similitud del rostro de un extraño con el suyo propio, porque el análisis de los datos reflejó que les inspiraban más confianza aquellos rostros que se parecían al suyo.
Pero ¿por qué el parecido con uno mismo afecta a la percepción de confiabilidad o grado de confianza? Encontramos una posible explicación de carácter psicobiológico al hecho de que confiamos más en unas caras u otras.
La actividad de la amígdala (una estructura cerebral encargada de procesar y almacenar las reacciones emocionales como el miedo, fundamentales para la supervivencia) aumenta frente a rostros de los que nos fiamos. La amígdala se desactiva al ver caras que se parecen a nosotros.
Estos hallazgos demostrarían que las personas perciben que un objeto, en este caso un rostro, es digno de su confianza cuando la amígdala no está activada. En consecuencia, los resultados del estudio actual implican que la amígdala se activa al ver caras que no se parecen a nosotros, mientras que se desactiva al encontrar caras que se parecen a la nuestra. Los rostros parecidos al nuestro nos producen emociones positivas
¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué esa confianza o desconfianza? Los autores del estudio sugieren que un rostro que se parece al nuestro nos produce una valencia positiva, y que lo evaluamos como un ser seguro y atractivo, lo que suprime la actividad de la amígdala. Y esto, a su vez, hace que percibamos ese rostro como digno de nuestra confianza.
Así, una posible hipótesis a estos resultados es que las caras que más se parecen a nosotros nos producen sensaciones agradables, y desde ese estado de activación positiva, es más fácil dar un mayor grado de confianza a esa persona (confiamos más en ella).