Como era apenas de esperarse, la reforma laboral propuesta por el gobierno se hundió en el congreso. Por varias razones fue negada, entre ellas las más importantes fueron, en primer lugar, el hecho de que incrementaba peligrosamente los costos de la mano de obra, haciendo que resultara inviable sostener empleos en muchas empresas y con ello no solamente no se contrataran nuevos trabajadores, sino que se produjera una avalancha de despidos para evitar la inevitable quiebra de las empresas.
Sin embargo, igualmente importante como razón del hundimiento fue que no se consultó debidamente con los directamente afectados. Nadie, ni los sindicatos siquiera, fue consultado. Mucho menos los empresarios, los gremios, las universidades ni algún equipo técnico de economistas. Esto refleja el poco interés del gobierno en la opinión pública, lo único que cuenta es el parecer del presidente, lo que constituye una total desconexión del gobierno con los gobernados, lo cual no tiene ni nunca ha tenido buen pronóstico en ningún país.
Ello explica que en la última encuesta de Invamer el 71% de los colombianos cree que el país va mal y la aprobación de la gestión del presidente llega tan solo al 33%. El miedo al futuro aumenta cada semana y se refleja en cada nueva encuesta. La concertación y los consensos serán siempre las mejores opciones para la conducción de un pueblo, cualquier pueblo, especialmente cuando se trata de un pueblo tan inteligente e ilustrado como el colombiano, lo que lo hace bien diferente a otros, donde la sumisión se explica por su ignorancia en los temas económicos y políticos.
El papel cumplido por gremios tan importantes como FENALCO y la Asociación de Centros Comerciales de Colombia, ACECOLOMBIA, se considera – ese sí – histórico por la posición vertical y vehemente con la que han debatido sobre la inconveniencia de arruinar al país por la vía del desempleo de su población.
Es probable que la misma suerte corran las otras reformas, especialmente, ojalá, la de salud, sobre la cual se han producido todas las asociaciones y profesionales del ramo advirtiendo del grave retroceso que significaría su aprobación.
Nunca antes los colombianos debíamos estar tan pendientes de lo que hagan nuestros congresistas como ahora, lo que está en juego es, literalmente, el futuro del país. Nos habíamos acostumbrado a tener buenos y malos parlamentarios, no pasaba nada. Pero ahora la cosa es a otro precio, solo hay tiempo y espacio para tener a los mejores.
Carmen Elisa Ortiz Caselles
Gerente Geberal