MODA ANTIGUA | LA TUBERCULOSIS CREÓ MODA Y TENDENCIA

A mediados del siglo XIX tener tuberculosis era lo más parecido a la heroína chic de los 70 y 80. La apariencia que proporcionaba la enfermedad en las personas era deseada por muchas mujeres, hasta el punto de influir en la moda y los cosméticos de la época.

La tuberculosis era algo chic entre la buena sociedad de la época. Tal vez no tanto lo que se refiere a la parte de las toses, la hemotisis y lo de fallecer entre esputos, pero al menos sí lo de la apariencia externa que provocaba la enfermedad en los pacientes aquejados por ella.

A consecuencia de la debilidad y la fiebre, esas personas mostraban una extrema delgadez, total falta de apetito, una piel nívea en la que destacaban las mejillas sonrojadas, languidez y unos ojos brillantes con pupilas dilatadas.

La moda de mediados del siglo XIX buscó resaltar la delgadez con corpiños que cortaban la respiración, y una gama de cosméticos en los que no podía faltar el polvo de arroz para imitar la palidez y el colorete para ruborizar las mejillas.

Cuando los descubrimientos de Koch demostraron que la tuberculosis no era una dolencia que afectaba de manera aleatoria a las personas, sino que era provocada por contagio, las medidas profilácticas que se tomaron también afectaron al vestido.

Unas de las primeras prendas que se vieron transformadas fueron las largas faldas que acostumbraban a vestir las mujeres de la época. Según los médicos, la tela que arrastraba por el suelo capturaba los bacilos y los gérmenes de la calle que luego eran introducidos en las viviendas, poniendo así en riesgo la salud de toda la familia. La mejor solución, sin lugar a dudas, era acortar su longitud.

Al acortarse las faldas, los zapatos empezaron a quedar a la vista y, a partir de entonces, unos complementos que apenas habían llamado la atención de la población, comenzaron a interesar a los zapateros, que empezaron a esmerarse más en su fabricación y ornamento, y a los clientes, que ya no querían cualquier zapato, sino los más vistosos y atractivos.

Por último, los corpiños, que solían estar hechos de barbas de ballena, como explica Melville en Moby Dick, dejaron de fabricarse en ese material para empezar a ser confeccionados en telas más flexibles porque, según los expertos, la excesiva presión que ejercían sobre costillas y pulmones facilitaba el desarrollo de la enfermedad en el cuerpo.

Lo más curioso de todo es que la tuberculosis no solo influyó en la moda femenina. Los hombres también se vieron afectados por ella: en sus bigotes y barbas desde el momento en que médicos, como el norteamericano Edwin F. Bowers, afirmaron que «el sarampión, la escarlatina, la difteria, la tuberculosis, la tos ferina, resfriados comunes y una serie de otras enfermedades infecciosas pueden transmitirse, y sin duda alguna se transmiten, a través del bigote».

No queda aquí la cosa. Los tratamientos contra la tuberculosis generaron nuevas pautas de conducta que perduran en la actualidad. Por ejemplo, el bronceado. Hasta el siglo XX, tener la piel dorada por el sol era signo de pertenecer a una clase social baja. Solo los campesinos, los obreros manuales que trabajaban al aire libre o los pastores estaban bronceados.

Por: Gloria Eugenia Valero Mora

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