En todos los tiempos y en todas las sociedades el culto por el cuerpo se ha constituido en toda una tendencia cultural. La práctica se algún ejercicio y seguir cuidados estéticos diarios son la rutina que acompaña el día a día de cada individuo.
La imagen toma un papel fundamental en todos los tipos de relaciones, las personas viven por y para su físico. No obstante, la belleza es perecedera y el paso del tiempo conlleva estragos inevitables en la fisonomía que, en general, cuestan aceptar. Así como internamente el organismo sufre un deterioro inevitable, el exterior también padece las consecuencias del envejecimiento. La forma del cuerpo, el estado de la piel, el cabello o las uñas son algunos de los elementos del organismo que cambian a medida que se avanza de edad.
Usar productos cosméticos específicos y seguir pautas saludables siempre ayudan a ralentizar este proceso, pero no a evitarlo. Ni las operaciones estéticas tienen el poder de frenar aquello que más miedo da a muchas mujeres, y también hombres: envejecer.
La presión por la imagen y los cánones de belleza establecidos inducen a que cada vez haya más personas que sufren a nivel psicológico los estragos de la transformación y deterioro del físico. Lo mejor es conocer estos cambios y aceptarlos, a fin de poder vivir en buena sintonía con el cuerpo y sin rechazarlo.
De los 20 a los 30
Hasta cumplir la veintena el cuerpo está en constante desarrollo y crecimiento, todo es progresión y no hay signos de deterioro. Una vez llegados a los veinte, el cuerpo inicia su proceso adverso de regresión, cuyos primeros indicios se comenzarán a dar muy sutilmente en esta primera década. Hasta los 30, el físico se muestra estable y, por norma general, no suceden modificaciones, no hay crecimiento ni envejecimiento.
No obstante, si hay pequeñas zonas que, en caso de no cuidarse específicamente, pueden comenzar a mostrar signos de deterioro. Éstas son las ojeras, que aparecen como sinónimo al estrés, a las pocas horas de sueño o a las malas dietas. También pueden aparecer los primeros gorditos o llanticas a causa de no seguir una dieta equilibrada y tener una vida sedentaria. Las recomendaciones para esta primera etapa se encuentran con que para entonces estamos en plena juventud y terminando los primeros años de estudio universitario.
De los 30 a los 40
Llega la década de empezar a cuidarse a consciencia, pues es el período en el que el proceso de envejecimiento se activa y el cuerpo muestra ya claros signos de desgaste. Éstos se plasman principalmente en la forma de la figura, en la piel, en el rostro y en el cabello. En efecto, es el momento en el que empiezan a aparecer las primeras canas debido a que el cuerpo disminuye la producción de melanina, y cuya aparición se acentúa con el grado de estrés del individuo. La falta de pigmentación también afecta a la piel provocando la aparición de manchas con más facilidad. Además, en esta década la dermis se vuelve más fina debido a la pérdida de células y colágeno, suponiendo los primeros signos de flacidez y arrugas.
En cuanto a la cara, en específico, los expertos señalan que a partir de los 35 el estrés y la genética incitan la presencia de bolsas debajo de los ojos y arrugas en el entrecejo.
Y sobre el cuerpo general, esta es la década en la que la grasa se tiende a acumular, suponiendo las primeras transformaciones de la forma física.
Los hombres sufren aumento de la barriga y flancos, mientras que en el caso de las mujeres, se ensanchan tanto caderas como el bajo estómago. Además, en ellas es determinante los cambios hormonales de posibles embarazos, que alteran drásticamente la figura.
De los 40 a los 50
Todo lo que había comenzado a manifestarse en la década anterior, se intensifica en ésta. Cada el cuerpo acumula más grasa debido a que el metabolismo se ralentiza. Ésta se deposita cada vez más en estómago y caderas, derivando en las coloquialmente descritas “barrigas cerveceras” y “cartucheras” según hombres o mujeres. En cuanto al rostro, las arrugas, surcos y machas se intensifican por la falta tanto de vitaminas A y E –que mantienen la elasticidad de la piel junto al colágeno- y de melanina.
Además, es un período de cambios hormonales para ellas en tanto que se comienzan a apreciar las consecuencias de la premenopausia. Más allá de la inestabilidad emocional, la falta de estrógenos a nivel corporal provoca la distensión paulatina de los pechos.
De los 50 a los 60
La madurez absoluta llega a partir de la cincuentena y esto, junto a todo lo anteriormente descrito, supone otras consecuencias. El cuerpo cada vez está más débil y segrega cada vez menos sus propios nutrientes, lo que concluye en una fragilidad de varias zonas del organismo. Una de ellas son las uñas, que se tornan quebradizas y amarillentas.
Además, el cúmulo de grasa conlleva a un aumento de peso que en los hombres durará hasta los 60 y en las mujeres hasta los 65, en el caso de ellas condicionado también por la menopausia. Llegados a los sesenta el deterioro se ralentiza y se limita a la pérdida de masa muscular y al desprendimiento de la piel, por lo que es el momento óptimo para no dejar de lado una constante actividad física.
Después de los 60
A partir de los 60 años, el cuerpo experimenta cambios en varios aspectos, como que los ligamentos 36 36 y tendones se vuelven menos elásticos y se debilitan, lo que puede provocar rigidez y pérdida de flexibilidad.
Es común que las personas mayores presenten temblores musculares y movimientos involuntarios. La pérdida de fuerza central y muscular puede hacer que la postura se encorve. Los discos intervertebrales se secan y se aplanan, lo que acorta los espacios entre las vértebras y puede provocar pérdida de estatura.
Se producen los primeros cambios en la función renal. Es importante hacer ejercicio moderado y llevar una dieta bien equilibrada y con suficiente calcio.
A partir de los 70 años
Los huesos se vuelven más frágiles y se rompen con mayor facilidad. La estatura disminuye, principalmente por el acortamiento de la columna y el tronco. Las articulaciones se deterioran y pueden causar dolor, inflamación, rigidez y deformidades.
La piel se vuelve más fina, frágil y menos elástica. Es más fácil que se formen moretones y la piel se reseca. También aparecen arrugas, manchas de la edad y papilomas cutáneos. Se acumulan depósitos de grasa (placa) en las paredes de las arterias, lo que las hace más rígidas y puede causar hipertensión. Se pueden desarrollar arritmias rápidas o lentas. Los cambios en los niveles de insulina pueden aumentar el riesgo de sufrir diabetes de tipo 2.