A diferencia del resto del mundo, los españoles y gran parte de los latinoamericanos tenemos dos apellidos, uno que generalmente heredamos de nuestro padre y otro de nuestra madre.
El sistema de doble apellido pone en valor la herencia materna de las personas. Pero, ¿de dónde surge esta particularidad que nos diferencia del resto del mundo?
Oficialmente, con los primeros registros civiles, que se establecen en el siglo XIX. Pero la tradición viene de siglos atrás, se origina con la costumbre castellano/aragonesa de que las mujeres mantengan el apellido al casarse.
Esto hace que, durante siglos, todas las familias tengan noción de que hay un apellido paterno y un apellido materno. Eso no significa que hubiera un orden establecido o que se transmitieran de padres a hijos de una manera sistemática. De hecho, en la misma familia podía suceder que el primogénito tomara el apellido del padre y que los hijos sucesivos fueran tomando el de la madre, el de algún abuelo o abuela.
Los apellidos se iban eligiendo a lo largo de la vida según el linaje que consideraran más importante en el caso de los nobles y, para el resto de la población, según la profesión (zapatero, pastor, herrero), alguna característica personal o mote (moreno, bravo, lozano) o el origen (Andújar, Sevilla, Toledo).
Como sigue sucediendo hoy en muchos corrillos de vecinos en barrios y pueblos, donde a los niños se les conoce por ser hijos de sus padres o, sobre todo, madres –“Juanito el de Mercedes o Sofía la de Paquita”-, el apellido de muchas personas vino de su patronímico. Muestra de ellos son los millones de Martínez (hijo de Martín) o Rodríguez (hijo de Rodrigo) que pululan por el mundo.
En la mayoría de los casos, el apellido no era algo que se elegía, sino algo por lo que se conocía a una persona.
Si en un barrio había dos Pedros, quizás uno era Pedro Rubio y el otro Pedro Moreno. Si Manuel se había mudado a Baeza desde Arjona buscando trabajo, puede que se le conociera como Manuel de Arjona, por ejemplo. El único nombre que se imponía a los niños en el bautizo era el de pila.
Libros parroquiales
Tras el Concilio de Trento, en el siglo XVI, la Iglesia decide que quiere tener un registro de bautizados, matrimonios y defunciones.
Hasta que surgen los registros civiles en el siglo XIX, estos libros parroquiales son los únicos documentos en los que queda registrados los nacimientos y nombres de los individuos, que la Iglesia utiliza para, entre otras cosas, fiscalizar la vida de los individuos.
Los primeros registros de población se hicieron en las iglesias, donde se inscribía el nombre de pila del nacido y los nombres por los que eran conocidos sus padres.
Estos registros eran muy útiles, por ejemplo, para La Inquisición, que al indagar sobre posibles faltas a alguien acusado de herejía, buscaba a sus antepasados por los cuatro abuelos. De ahí procede, por ejemplo, la expresión “por los cuatro costados”.
En la mentalidad española estaba el concepto de que descendemos de todos, no solo de nuestro padre que nos da, quizás el apellido, o de nuestro abuelo paterno, sino que descendemos de todas nuestras ramas, porque la inquisición quería que no hubiera ‘impuros’ por ninguna de ellas.
El elemento fundamental en este caso es que la mujeres no perdían el apellido al casarse -salvo en Cataluña, donde se mantuvo más la tradición de adoptar el apellido del marido-, y eso, en el imaginario familiar y de la sociedad fue muy importante.
La nobleza también fomentó de alguna forma el uso de los dos apellidos. Las personas que descendían de familias importantes querían hacer notar sus apellidos, y si estos venían por la parte materna, se resaltaban.
Para entrar en las órdenes militares, por ejemplo, se investigaban los cuatro costados y se clasificaba al aspirante a caballero por sus cuatro linajes, normalmente sus cuatro apellidos. De esta forma, quien quería ser hidalgo o noble, lo primero que hacía era buscar un apellido o unir apellidos para que tuvieran una mejor apariencia.
En 1822 hubo un primer registro en Madrid, que pasó a hacerse en todas las capitales de provincia importantes en 1840. A partir de 1871 se generalizó para el cien por cien de la población y en 1889 el Código Civil español contempla el uso del apellido paterno y materno para los hijos legítimos.