AMOR Y AMISTAD | SERENATA

Amor y Amistad SeptiembreLas costumbres sociales han cambiado mucho, sobre todo en las ciudades grandes. Sin embargo, hay una tradición que se resiste a morir en las poblaciones intermedias y pequeñas: la serenata. No importa qué tan modernas sean las mujeres, ellas siempre soñarán con ser despertadas de sus sueños con un bello bolero, cantado con guitarras desde el andén de su casa y a la luz de la luna.

Esta bella costumbre empezó a desvanecerse cuando comenzamos a vivir en edificios de apartamentos y condominios, lo que le quitó el encanto al factor sorpresa que caracterizaba a la serenata. Se pierde buena parte del romanticismo cuando hay que pedir antes la correspondiente autorización al dueño del apartamento, a través del portero del edificio, para que a las once de la noche suban unos señores con guitarras y algo de aguardiente.

El origen de la serenata se remonta a Europa en el siglo XVIII, cuando los aristócratas de la época encargaban a compositores como Mozart, Schubert, Beethoven o Strauss, componer algunas piezas para amenizar bodas. Algún tiempo después llegó a España con las rondallas o tunas, que se caracterizaban por portar en su vestimenta listones bordados que el oferente le regalaba a la amante. A mediados del siglo XIX ya se escuchaban serenatas en Cuba y a finales de esa centuria ya se habían popularizado en Colombia, Venezuela, Perú, Argentina y México, país donde tuvo un gran auge gracias a las películas románticas del siglo pasado.

El origen de la palabra proviene del latín ‘serenus’ que significa sereno, limpio o reposado, pero igualmente se refiere a la persona que se encarga de cuidar la cuadra, encender las farolas de la calle y vigilar que los vecinos duerman tranquilos, serenos. Cualquiera sea su real etimología, lo cierto es que la serenata era una experiencia tan apasionante para quien la daba como para la dama que la recibía. La emoción que sentía el pretendiente esperando a que ella encendiera la luz de su cuarto o su balcón, era algo indescriptible, aquello era señal inequívoca de que la serenata se daba por bien recibida y la pretensión del hombre iba por buen camino. La ocasión ameritaba otro par de tragos para celebrar el resultado. En caso contrario, la decepción era terrible y el pobre hombre se alejaba, consolado por los músicos, y prometiéndose no volver a hacer algo semejante.

La sufridera del enamorado iniciaba al terminar la primera canción porque ahí comenzaba la cruel espera por la luz encendida, por ello era importante escoger con cuál canción iniciar. Algunas veces estábamos en la tercera canción y aún no se veía respuesta alguna, esto se daba generalmente en las serenatas que tenían como motivo pedir perdón, porque la dama encontraba en ese momento la oportunidad de desquitarse de la afrenta atormentando un poco al pobre novio prolongándole perversamente la angustiante espera.

Si bien se veían – y aún se ven – serenatas con variados instrumentos, como es el caso de violines y trompetas de los mariachis, los viejos cánones mandan que la serenata se dé es con un trío, que bien puede constar de tres guitarras, o dos y unas maracas. Lo ideal sería que fuera el amante quien cantara, pero escasean losSerenata Septiembre pretendientes que canten bien o, que al menos, tengan el coraje de hacerlo, por ello entonces se busca un trío de buenas voces para que produzcan la magia que se quiere. Lo importante es la selección de las canciones, preferiblemente boleros, que las hay muy apropiados para la circunstancia que rodee el propósito (conquista, pedir perdón, felicitar por cumpleaños, etc.).

Los tríos paradigmáticos de las serenatas fueron Los Panchos, seguidos de Los Tres Diamantes, Los Tres Ases. En Colombia abundan los tríos en ciudades como Bogotá y Medellín; en Cúcuta fueron famosos tríos como el de Daniel Cáceres, Cucaracho y Bicicleto, quien se daba ánimo con su clásico grito de guerra: “felices Los Panchos que yo me muriera”, este trío fue sucedido por Los Alteños, integrado por el mismo Cáceres, el Ñato Saúl Patiño y el infaltable Félix; otros buenos y conocidos serenateros fueron Acevedo y el trío Los Motilones, de Ramón Rodríguez, a veces con el gran Rafael Norberto Capacho. No pocos amores, amoríos y matrimonios cucuteños fueron alentados por estas agrupaciones, a las que había que recoger en El Bambuco, pequeño bar que existía en la calle novena entre avenidas quinta y sexta.

Como decíamos anteriormente, el primer bolero era clave por su papel de sonda exploratoria del ambiente. Un par de canciones bien apropiadas eran Reina mía (Cómo podré reina mía, expresar este amor, que me da la vida, que me da ternura y alienta en mi alma, el deseo de vivir ….), y Solamente Tres Palabras (Oye la confesión de mi secreto, nace de un corazón que está desierto, con tres palabras te diré todas mis cosas …), boleros con los que el enamorado explicaba la razón de su pretensión. A continuación, entre uno que otro aguardiente, no podían faltar Amar y Vivir, con el que se ponía en conocimiento de la familia y el vecindario la intención del pretendiente (Por qué no han de saber, que te amo vida mía ……).

Luego de esos tres boleros sacramentales se podía apuntalar la serenata con otros tragos y canciones de refuerzo, como Cosas como tú; Sin ti; Cha Cha (mi cha cha linda); Usted (es la culpable….); La gloria eres tú (eres mi bien lo que me tiene extasiado); Contigo (tus besos se llegaron a recrear, aquí en mi boca; Cuando se quiere de veras; Bésame mucho; amor del alma (Nuestro amor es una bendición de Dios, y no puede existir pareja tan feliz. Llegado este punto, el enamorado entre emoción y nervios ya se había empacado fácilmente una botella, no era para menos. No se tomaba cerveza para evitar la incomodidad de tener que miccionar en el andén ante la mirada de novia y suegros.

Ahora, si el motivo de la serenata era ser redimidos, el asunto requería de mayor dosis de coraje y, por supuesto, de aguardiente. Además de los músicos, los vecinos Serenatahabrían de enterarse de que estábamos remando para obtener perdón por alguna travesura.

Por supuesto, en estos casos extremos el repertorio ya era sustancialmente distinto, comenzando siempre con un bolero como Desvelo de Amor (sufro mucho tu ausencia, no te lo niego ..), en modo exploratorio, seguido de Perdón (Perdón vida de mi vida, perdón si es que te he faltado), reforzado de otro bolero inmortal llamado Perdóname ni vida (si en algo te ofendí). Uno de aquellos famosos guitarreros refería anécdotas vividas en el ejercicio de su profesión y contaba cómo en ocasiones eran mal recibidos sus servicios por parte de suegros iracundos, a veces con tiros y otras con ciertos líquidos tibios.

Alguna vez un señor, arrepentido por un desliz, le llevó serenata a su indignada esposa y comenzó con el bolero “Si acaso te ofendí”, a lo que la señora, con gran agudeza, reaccionó de inmediato asomándose a la ventana y pidiéndole al trío que se acercara, y enseguida le ordenó que se volteara a cantarle al esposo “Qué cosas te hice yo”. Aquello fue memorable, decía, una pareja enfrentada a duelo de boleros con un final feliz, como era de esperarse. En la década de los setenta una serenata de hasta cinco canciones se negociaba a un precio alrededor de los ochenta mil pesos, aunque pareciera caro para entonces, la emoción que daba esa experiencia y los posteriores beneficios bien lo valía.

Entre aguardientes y arpegios no existía mal de amores que resistiera la embestida romántica de una buena serenata. Es una lástima que en los tiempos modernos esta deliciosa tradición se vea sustituida por el vallenato a todo volumen con el equipo de sonido del carro estacionado frente a la casa, o vía Skype.

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