El Cúcuta Deportivo se acaba de coronar como campeón de la B, después de tres años eternos y una campaña con números que rompieron las estadísticas. Indagando en el entorno del equipo, en un amplio sector de la prensa y en los hinchas en busca de una figura que concentrara méritos, la mayoría coincidió en apuntar al técnico Lucas Pusineri como el gran arquitecto del logro.
Pusineri vistió como futbolista la camiseta de algunos de los grandes equipos de su patria y paseó su fútbol por la gélida Rusia. Se retiró apenas hace siete años y aún conserva intactos en su gabinete del camerino, los guayos con los que jugó su último partido. La verdad es que Pusineri por su contextura física, se confunde entre los futbolistas que dirige. Aún tiene alma de jugador, pero es fácil diferenciarlo, a pesar de su pinta de futbolista, por el tono y el liderazgo de las palabras con las que estimula al grupo. Es un gran capitán que cuando habla concentra la atención de sus jugadores, quienes lo observan atónitos en sus charlas. Les ofrece su confianza, pero termina por imponer su autoridad de técnico para hacer respetar la disciplina y para corregir errores en la búsqueda constante de ese equilibrio
futbolístico con el que lograron el ascenso y el título.
Pusineri es un argentino espontáneo, buen conversador y amante de la lectura y del trabajo. Cuando llegó por primera vez al camerino del General Santander en enero de este año, no había agua y las telarañas y el polvo invadían un ámbito saturado de encierro. Sin embargo, no se quejó.
Hoy día, se siente a gusto en una ciudad que aprendió a querer por todo, aun por sus particularidades. Ya sabe que al medio día, el aire sopla caliente y que el sol de los venados es un cuadro vivo, pintado en el cielo naranja de Cúcuta cuando muere la tarde Que los cucuteños hacen una larga siesta después del almuerzo. Que es la única ciudad del mundo con avenida cero. Que los pasteles de garbanzo y el masato son un manjar exquisito. Que mamar gallo es lo mismo que bromear y es una terapia idónea para aliviar el estrés Pusineri nos conoce bien. A Cúcuta vino a ganar. A vivir su vida con el mismo ritmo intenso y calculado con el que afronta los retos, confiado en su trabajo.
Lo de esta campaña extraordinaria es para él un motivo de satisfacción profesional. Es su segunda experiencia dirigiendo desde el banco, esta vez como técnico principal. En realidad, es un técnico recién destetado, pero con una estrella de triunfador, que pareciera predestinarlo al éxito. ¿El secreto? Ninguno en especial. O tal vez si, inculcar al grupo que dirige los valores familiares. Reconoce que nunca hubiese venido a la ciudad de no haber arribado con sus dos hijos y con Romina, su esposa.
Por eso antes de planificar un partido, de impartir instrucciones, de hablar de táctica o de entrenar a mañana y tarde con un régimen obsesivo, antes de eso, como prioridad, considera a cada jugador como un miembro de su propia familia.
Así los trata y por eso la relación en el camerino es tan especial. Los números lo reflejan. El equipo jugó 38 partidos, ganó 27 juegos, empató 9 y solo perdió 2. Logró 90 de 111 puntos posibles, con un rendimiento del 81%. Marcó 64 goles recibió apenas 20. Es decir, anotó un gol cada 53 minutos y recibió un gol cada 171 minutos. Se trata de una campaña sin antecedentes en torneos de ascenso para un equipo, que Pusineri desde el principio, moldeó para campeonar.
La noche de la celebración del título en la plaza de banderas, ante cientos de miles de hinchas que corearon su nombre, fue declarado hijo ilustre de la ciudad, mediante decreto oficial de la alcaldía. Pusineri emocionado hasta las lágrimas agradeció con un breve y sentido discurso que sorprendió por su sencillez.
El fútbol también es eso: emociones contenidas que encuentran en las lágrimas, una válvula de desahogo. Nadie puede negar que llorar de alegría, es una de las sensaciones más bonitas que puede experimentar el ser humano. Y cuando el equipo que aprendiste a querer desde tu niñez vuelve a la primera categoría, y como regalo mayor, logra el título, el pecho se invade de ese gozo inexplicable y llorar para algunos resulta inevitable. Gracias Lucas, por el título, por la campaña, y por toda esa felicidad que le has regalado a la mejor afición del país.
Lucas, gracias por tanto. En el año 84, el maestro García Márquez plasmó en un artículo toda su admiración por el entrañable escritor argentino Julio Cortázar, a quien homenajeó con palabras de alta estética, tras su fallecimiento. Aquel escrito célebre, lo bautizó con un título idílico, que me permití usar para esta nota por lo adecuado que resulta.