DEPORTES | JAMES Y FALCAO

Radamel Falcao García y James David Rodríguez tienen vidas paralelas. Pertenecen a una generación mediática que valora al jugador de fútbol, por razones fundamentadas más en la frivolidad que en la mística. Son producto permanente de consumo en las redes sociales, atestadas de hordas que devoran con insaciable apetito todo lo que hagan o dejen de hacer fuera de la cancha, desconociendo que el terreno de juego, es la tierra sagrada de sus logros. Ser comidilla pública parece un precio alto a cambio del dinero y la fama que han ganado con el esfuerzo de patear una pelota y recibir patadas.

Lo de vidas paralelas se explica solo: son contemporáneos en circunstancias que marcaron sus carreras deportivas. Debutaron en el fútbol siendo apenas adolescentes, marcaron su primer gol como profesionales antes de los 16 años. Nunca destacaron en el torneo nacional. Antes de cumplir la mayoría de edad, se habían marchado a jugar a la Argentina. Fueron campeones en ese país, uno con el modesto Banfield dirigido por Falcioni en el año 2009 y el otro en el River de Simeone en 2008. Ambos se fueron a Europa a jugar al mismo Club. Aquel Porto de Portugal que hizo historia conquistando títulos locales y una Europa League. Nuevamente ambos emigraron al Mónaco de Francia donde lograron un título de liga. Son algunas coincidencias que los sintonizan a través de la delgada línea del destino. Son ganadores, exitosos y ricos, y esa buena estrella, parece generar más ampollas que complacencias.

Aún en este país, no parecemos conscientes que James fue botín de oro de un mundial de fútbol, y que Falcao fue considerado uno de los cinco mejores jugadores del mundo por votación de la prensa deportiva de federaciones afiliadas a la UEFA. Integran, o por lo menos están cerca de integrar, ese pequeño olimpo reservado para algunos futbolistas desde que el fútbol es juego. Allá donde están Di Stefano, Pelé, Cruyff, Maradona, Ronaldinho, un tal Cristiano y otro tal Messi. Aunque acá no los percibimos así. Los juzgamos a través de una inquisición inclemente, que siempre les exige más, y que los condena al patíbulo del escarnio público, cada vez que son humanos por alguna equivocación consciente o involuntaria. Proteger a nuestros ídolos es un propósito complejo en una nación que parece gozar con sus desgracias y elige destrozarlos señalándolos. ¿Y la prensa? Claro, nuestra célebre prensa deportiva, liderada por algunos pontífices del comentario que sientan cátedra vomitando juicios de valor subjetivos, y haciéndolas verdades intransigentes en ocasiones dañinas. Alguna vez llamaron exfutbolista a Falcao, y a James de forma constante lo tildan de vago. Pero todos olvidamos esos pecados de la lengua que piensa antes que el cerebro. Cuando estos futbolistas vuelven a destacar con su magia en la cancha, esos vicarios del periodismo que los golpearon con sus palabras, se derriten en elogios de suma complacencia para los oídos del pueblo futbolero.

Lo que no se puede perdonar y se eleva al grado de ignominia es que James o Falcao sufran un traspié, protagonicen alguna imprudencia, emitan una declaración fuera de lugar o simplemente se desplomen en el hoyo de la fatalidad. De inmediato, se multiplican las tantas versiones que, como un raudal de basura, nutren una información sin que sepamos si es noticia o chisme. Con sus actos u omisiones, James Rodríguez y Falcao García están llenando más titulares de farándula que de información deportiva. Deberíamos dejar tranquilos a estos colombianos que nos brindan las pocas alegrías que disfrutamos. Dejémoslos ser humanos y equivocarse. Perdonemos sus culpas y aceptémoslos por lo que son y no por lo que pretendamos que sean. 

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