DEPORTES | El Perico voló alto. Puede afi rmar sin pretensiones ni modestia alguna, que fue lo que quiso ser. Y eligió serlo desde muy joven.
Fue campeón jugando baloncesto, fue campeón como técnico y lo hizo como dirigente de un deporte, con el que acarició el éxito en todos los frentes.
Su remoquete legendario se lo debe a este juego. Llegó tarde a un entrenamiento y debió tomar un desayuno de urgencia. Estalló con la punta de un cuchillo tres huevos fritos sobre una porción de arroz que devoró en estampida, y sin tiempo para lavarse, salió a la cancha a entrenar con la boca curtida por el amarillo de la yema, y le dio a sus compañeros el motivo perfecto para un bautizo célebre: empezaron a llamarlo el «Perico» La biblia del deporte cucuteño, don Alfredo Díaz Calderón, lo convenció de abandonar la pelota de fútbol por la enorme número siete del básquet, y desde entonces tuvo la certeza de que viviría del Baloncesto. Lo que no sabía, era que la vida, sus vueltas y casualidades, hicieron que viviera del baloncesto y para el baloncesto. El dirigente deportivo más grande y destacado de este deporte en Colombia, ha sido ante todo un cucuteño por excelencia.
Lo demostró como jugador en las Justas Deportivas Nacionales del año sesenta en Cartagena, cuando la selección Norte perdía por 15 puntos ante Magdalena y entró para voltear el marcador, ganando rebotes y quitando pelotas que terminó encestando con alma de guerrero motilón. En el mismo torneo, repitió la hazaña una vez más ante Valle, catapultando a su escuadra para llegar a la final.
Fue un buen cucuteño cuando armó, ya como técnico y dirigente, el glorioso equipo que patrocinó la extinta Lotería de Cúcuta. Aquel quinteto de fi guras como Sam Sheppard, Erick Evans, Jorge Niño, Hugo Hernández, Carlos Llanes, y José Rodríguez, entre otros, que hizo de la Toto Hernández una cancha invencible con un público que colmaba las gradas para gozar un espectáculo de gran calidad. Cúcuta confirmó un honor que había ganado desde la década del cincuenta y que conservó por años: la capital basquetera de Colombia.
Rodrigo Fuentes Castro, el «Perico», usaba en esa época unos atuendos elegantes de buen vestir, unos gruesos y tupidos bigotes, con unas patillas que remataban en una larga cabellera lacia. Parecía un loco feliz, y lo era. Siempre respetado. Amigo de todos, directo y escueto en su manera de hablar y conversador incansable. Serio en sus ejecutorias, y como técnico y dirigente, dueño de una condición de trabajo incansable.
El «Perico» se hizo a pulso como dirigente deportivo y fue decano en una labor que demandaba en el país, gran entrega. Vendió el deporte como vehículo de publicidad, cuando la palabra mercadeo no existía en el diccionario de quienes buscaban patrocinios. Fue presidente de la Federación Colombiana de Baloncesto, donde logró organizar una liga especial que se financió con el auspicio de la empresa privada gracias a su extraordinaria capacidad de gestión.
Bajo su presidencia el baloncesto femenino colombiano logró dos títulos continentales; los inolvidables suramericanos de Cúcuta del año 84 y el de Rio de Janeiro. Organizó decenas de torneos continentales con lujo de detalles, viajó por el continente como miembro delegado de la Federación Internacional de Baloncesto Américas. Conoció países y culturas, hizo amigos entrañables y cumplió con sus sueños y sus deberes por igual.
Rodrigo el «Perico» Fuentes está convencido de que los buenos dirigentes deportivos están en vía de extinción. Y parece cierto. Afirma que el dirigente deportivo que no haya jugado, que no conozca la esencia de su deporte, sus reglas y métodos de entrenamiento, está condenado por un principio elemental, al dulce oficio de la maternidad de gallinas. Por eso tantos “presidentes” de todos los ámbitos deportivos fracasan irremediablemente.
Alguna vez en un torneo suramericano femenino, se acercó al banco técnico para sugerirle al entrenador de una selección Colombia, incluir una jugadora de más de un metro setenta y ocho de estatura para rematar un juego que iban perdiendo frente al combinado paraguayo. El técnico se quedó pensando en la sugerencia del «Perico» pero no dudó en alinear a la joven. Al fi nal ganó el partido y en la cena le preguntó ¿por qué le había aconsejado ese cambio que resultó efectivo?
– Porque observé que las paraguayas perdieron muchos rebotes en los partidos previos y en la zona pintada eran débiles. Utilizando en esa zona una jugadora de gran estatura, la selección Colombia les ganaría seguro.
Esa era su esencia como dirigente, un hombre con conocimientos, experiencia y ojo de buen cubero. Así ganó siempre en todo. Por viveza, por análisis meticuloso, por observador agudo. Por malicioso. Esa condición que le sobra al buen cucuteño. Por eso admira a los de su raza, porque no se dejan ahogar en un vaso de agua y con una determinación admirable siempre levantan la voz fuerte para decir “acá estoy”. Por demás, su vida ha sido un cúmulo de años bien vividos con batallas que ha librado y seguirá librando como cucuteño valiente.
Sigue disfrutando la música como en aquellos años de antaño, de bailes con la Billo’s y los Melódicos, sigue comiendo pasteles de garbanzo con masato, degustando el sancocho de los sábados y el mute de los domingos.
«Esas vainas que hace un buen cucuteño» – dice. Y el Perico lo es, es leyenda viva, un grande del deporte rojo y negro que lo ganó todo, y que fue lo que quiso ser.