DESDE LEJOS | SANTA CLARA

Por: Gloria Eugenia Valero Mora

La historia de la Casa Santa Clara es tan extraordinaria como increíble. Ubicada actualmente en el cerro de Monserrate, donde ahora funciona el restaurante con el mismo nombre, esta casa estuvo erigida durante muchos años en lo que hoy es Usaquén, exactamente en la carrera séptima con calle 116 A

Cuenta la historia que hacia los años 40 había en Bogotá tres hombres de negocios sumamente acaudalados y que ustedes tal vez recuerden cuando escuchen sus nombres: El señor Nemesio Camacho, cuyo nombre ahora lo luce el estadio de fútbol capitalino; el señor José María Sierra, quien de cierta forma se inmortalizó gracias a que la avenida Pepe Sierra fue nombrada en su honor; y el señor Carlos Navarro, de quien nadie se acuerda porque al parecer era más bien mezquino y avaro. Este último fue el dueño de la Casa Santa Clara.

Cuentan que uno de sus muchos viajes a Europa, el señor Navarro se enamoró perdidamente de una casa que vio en Francia y en un arranque de excentricidad decidió comprarla, hacerla desarmar y traérsela para Colombia. Con el fin de lograr semejante tarea hizo marcar cada una de las piezas y todo rigurosamente inventariado se metió en cajas que viajaron en barco hasta Barranquilla, donde fueron transbordadas a un buque a vapor que las llevó hasta Honda, a través del Río Magdalena y una vez allí, se cargaron a lomo de mula hasta Bogotá.

Todas las piezas se volvieron a unir en el predio que Navarro tenía dispuesto para veranear en Usaquén y allí estuvo la casa hasta 1978, cuando fue comprada por los dueños del restaurante Casa San Isidro, quienes la hicieron desarmar nuevamente y la trasladaron a su ubicación actual en el cerro de Monserrate.

Mientras que Nemesio Camacho y Pepe Sierra donaron muchas de sus tierras a la ciudad; Carlos Navarro sin esposa ni hijos, murió sin dar un solo centímetro de las suyas a nadie.

Un día en la Plaza Antonio Nariño (la que muchos conocemos como San Victorino), Navarro salía de cobrar el alquiler de unos locales cuando una buseta lo atropelló y acabó con su vida. Al no tener ningún heredero, todas sus propiedades pasaron a manos de la Beneficencia de Cundinamarca y en la casa Santa Clara comenzó a operar la beneficencia de las Hermanas Salesianas.

A finales de la década del 70 se le puso letrero de demolición a la Casa Santa Clara, algo ya muy común para la época, pues los predios donde antes estaban estas antiguas casonas, eran perfectos para erigir las moles de concreto que declaran la llegada de la modernización a Bogotá.

Se dice que Carlos Alberto Leyva, quien para la época era gerente del Teleférico de Monserrate, logró convencer a los ingenieros de la obra, de que le regalaran la casa y en contraprestación, él se encargaría de devolverles el lote en perfecto estado para comenzar la nueva construcción. Como podemos darnos cuenta, aceptaron la propuesta y la casa nuevamente se fue pieza por pieza hasta Monserrate, donde ahora reposa como un restaurante italiano; esperando con la paciencia que tienen las casas, la llegada de su próximo viaje.

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