Desde hace algún tiempo tenía la idea de conocer Aruba, siempre e scuchaba hablar de sus maravillosas playas, de sus hermosos paisajes y de la mágica fusión de la cultura Caribe con la europea. Además me parecía mucho más cerca de otros lugares que he visitado, de manera que me animé y ahora, después de conocerla, les puedo asegurar que cualquier califi cación se queda corta, al menos para mí.
Aruba es una de las tres pequeñas islas holandesas – Bonaire y Curazao, las otras dos – y por eso sus habitantes son holandeses provenientes del viejo continente y otros nativos, todos con nacionalidad holandesa, obviamente. Todos, o casi todos, hablan cuatro idiomas, a saber: holandés, inglés, español y Papiamento, que es la lengua creole de las islas. La moneda local es el florín, pero circulan muy bien los euros y dólares, a una tasa de cambio de 1.79 florines por dólar. Nos cuentan que hasta 1983 el bolívar venezolano era una moneda muy usada por la enorme afl uencia de turistas de ese país.
Ocho amigos, entre ellos cucuteños, caleños, paisas y bogotanos, son una mezcla perfecta para pasar un fi n de semana en Aruba, y así fue. Salimos de Bogotá un sábado de octubre, temprano, en un vuelo de la compañía Wingo, una nueva aerolínea en Colombia que ofrece pasajes de ida y vuelta a menos de 200 dólares. Luego de un viaje de hora y media – un poco menos de lo que toma un viaje a San Andrés – llegamos, literalmente, a suelo europeo. Suelo y, por supuesto, cultura y costumbres europeas que se sienten al llegar al aeropuerto Reina Beatrix. Allí mismo alquilamos una van Huyndai para los ocho, haciendo cuentas salía mucho más barato que pagar taxis. Ya con nuestro medio de transporte solucionado, fuimos a instalarnos en el hotel, ubicado en la zona hotelera de la isla, muy cerca de restaurantes, malls y bares.
La playa del hotel era espectacular, allí pasamos todo el primer día, no queríamos saber de nada más, sino ¡playa, playa! Como a las 5 de la tarde, con un atardecer de película, se celebró un matrimonio justo al lado nuestro, y mientras las mujeres lo presenciamos casi con lágrimas por lo emocionante, los hombres del grupo ¡se durmieron! Así son.
Como he dicho en anteriores ocasiones, para viajar no se necesita tener mucha plata, solo saber utilizarla. En Aruba, por ejemplo, hay planes para todos los bolsillos, especialmente si hablamos de comida. La primera noche quisimos salir a explorar la zona y cenamos en Tony Roma’s, un famoso restaurante cuya especialidad son las costillas, ¡las mejores costillas de mi vida! Esos USD30 por plato resultaron inolvidables, no tanto por el elavado precio como por lo deliciosas que estaban.
El desayuno del día siguiente, por USD5, nos pareció exquisito y a un costo bien razonable. Luego fuimos al Faro California, una linda estructura que es paseo obligado en la Isla. A pocos metros de allí encontramos otra playa espectacular, y al finalizar la tarde hicimos un paseo en catamarán para ver el atardecer desde el mar, acompañados solo de turistas holandeses y suizos. La vista es alucinante, por la gran cantidad de hoteles, cruceros y veleros. Como buenos latinos, los colombianos nos tomamos por asalto el barco y armamos una pequeña pero
ruidosa fiesta.
Recomiendo ir a Baby Beach, una playa soñada, de arena blanca y agua cristalina. En realidad, todas las playas son hermosísimas. La capital, Oranjestad, es perfectamente holandesa: limpia, segura, ordenada, señalizada, con razón la isla es visitada por miles de turistas europeos y norteamericanos que semanalmente llegan en enormes cruceros. Regresamos el martes con el corazón un poco arrugado por dejar ese paraíso al que, si Dios quiere, regresaré: ¡La Isla Feliz!