Amaneció, durmió, pocas horas, ya ni siquiera infusiones para dormir se consiguen. Por fortuna amaneció viva, otros no pueden contarlo. Ya le pasó a su primo: se fue bien temprano al mercado a comprar algunas cosas y no regresó. Un pran se enamoró de su camioneta y mandó por ella, con valor enfrentó a los dos muchachos que aprovecharon el momento en que llevaba las manos ocupadas, pero no contó con que había un tercero, que le dio un tiro por la espalda. Tres meses atrás a su hermano lo secuestraron llegando a la casa, le pidieron el celular, y la tarjeta de crédito, no tengo dijo; encontraron sus pastillas para la diabetes; entonces le preguntaron en qué trabajaba, soy profesor universitario… ¡éste es un güebón! Después de ruletearlo más de una hora con una pistola en la sien, se llevaron el carro, lo largaron descalzo, para sumar más a la humillación, en una zona muy peligrosa de Caracas, aunque toda la ciudad sea, en estos tiempos, zona roja, como los colores del régimen.
Amaneció, dijimos, se baña aprovechando la media hora del racionamiento, como están las cosas, agua fría, no puede darse el lujo de que se le dañe el calentador, porque con los apagones podría ocurrir, y ni soñar con reparar o la compra de uno nuevo, porque como todo lo que se pregunta para comprar… ¡no hay! Hoy no le toca lavarse la cabeza, así le rinde más el champú, porque tampoco tiene. Menos mal que guardaba algunos tubitos y jaboncitos decorativos, recuerdo de los hoteles y de cuando podía viajar porque ahora, ni el dinero ni el miedo lo permiten.
El café lo rinde, deja el de la greca y le pone la mitad de la medida y se lo toma aguarapao para que también le rinda la migajita de leche. Todo es reducido para que pueda tener para “mañana”. Ya está harta de colas para el pan nuestro de cada día. No tiene ni consigue antialérgicos porque, encima de todo, esta calina pegostosa en el ambiente que no deja tampoco respirar en paz. Le queda poco Eutirox, su hermana le trajo cuando vino de España, pero el inventario está como El Guri, en cota crítica, y ya nadie viene, mejor se van, sus hijos así como los hijos de sus hermanos, de sus amigas. Este es el país de los abuelos y padres solos y sin embargo, contentos, porque aunque lejos, están a salvo de la locura.
Hoy le toca el peregrinar por los mercados y las farmacias, es su número según la cédula, es el día de buscar comida y medicamentos. Le indigna esa condición de mendicante a la que han sometido a todos, es la humillación, el vejamen diario porque no es solamente cuando te toca, es lo titánico que resulta conseguir lo que antes era tan sencillo, desde pan o queso hasta cauchos, baterías, repuestos para el arreglo de cualquier cosa. Ni qué decir de los enfermos, el más mínimo quebranto da miedo porque, en estas condiciones, puede resultar incurable, por eso le da gracias infinitas a Dios, cuando su padre querido murió de golpe, sin padecimiento. Conseguir urna y funeraria,otra historia, otra cola.
El finado se encargó de que así fuera toda esta escasez planificada. Lo que sí abunda es el miedo, y la inseguridad. Ya tiene fobia de mercados, fruterías, panaderías pero, no tiene nada en la casa, no hay arroz, ni Harina Pan, ni canillas, ni queso, ni caraotas, ni granos de ningún tipo, ni pasta, ni pollo o carne, ni leche, ni huevos, aay cómo faltan huevos; ni atún y si hay, se va medio salario en una lata y los vegetales… ¡un lujo! Sin jabón para lavar o para bañarse, pero tampoco hay agua, si no hay para asearse, tampoco la casa se asea, no hay desinfectantes. Menos mal que su abuela le había dicho del vinagre, un paliativo. Pero también ya escasea. Salir… ¡Ni al centro comercial! No hay aire acondicionado, ni dinero para darse un gusto, un dulcito, un libro o una revista porque todo está fuera del alcance de todos. Mejor no sale, se queda en casa, aguantando calor por los cortes de luz, pero evita un atraco o un disparo. Quizás mañana amanezcamos con la noticia feliz de que cayó el régimen.