EDITORIAL | Se ha vuelto un lugar común escuchar de los candidatos al congreso y a la presidencia de la república propuestas relacionadas con la reducción de impuestos a las empresas y a las personas naturales, como gran estrategia de reactivación de la economía.
Eso significa dos cosas: de una parte es admitir que la reforma tributaria impulsada por el gobierno Santos ahogó al comercio y a la industria de este país. Es indudable que el aumento exagerado del IVA estranguló al consumo, afectando con ello a la inversión y el empleo en esos dos sectores tan importantes. Lo curioso e irónico es que esa reforma fue aprobada por buena parte de los congresistas que ahora proponen tumbarla y reelegirse.
Y también significa que no está tan desenfocado el presidente Trump con su política orientada a revitalizar el poderío industrial y comercial de USA, pues los resultados han comenzado a verse con una gran cantidad de empleos recuperados en varios sectores, como el automotriz. Para ello edujo el impuesto de sociedades del 35% al 20%, rebajó el tope para los más pudientes del 39,6% al 35% y duplicó el mínimo exento (situado ahora en 12.000 dólares para un matrimonio con ambos cónyuges trabajando).
Sin duda se trata del mayor recorte fiscal en la historia de esa nación, pero igual, una vez comiencen a verse sus resultados estaremos presenciando el mayor impulso jamás dado a la economía del país. Esto no debería ser tan difícil de entender para los gobernantes y legisladores colombianos, ni – en el nivel local – para alcaldes y concejales. El Estado debe dejar de ser ese socio perverso, bruto y abusivo que tienen las empresas y los ciudadanos y que le disuaden de invertir en activos locales o emprender aventuras empresariales. Será mejor que eduquemos bien el oído para que al escuchar a los candidatos podamos distinguir entre el discurso populista-benefactor, del discurso serio y responsable.