Es un lugar común decir que el tiempo vuela y que el año va pasando muy rápido. Nada más cierto, ya vamos en febrero y sentimos bien vivo el recuerdo feliz que nos dejaron los familiares que nos visitaron o que visitamos, así como de las reuniones agradables que tuvimos con tantos y tan buenos amigos.
Paralelamente a la remembranza de los momentos gratos que vivimos comienzan a correr nuestras obligaciones y deberes de todo tipo: bien como padres, en lo atinente a pago de matrículas, libros y uniformes; bien como ciudadanos en lo correspondiente al calendario tributario, que luce recargado para este año.
Es tradicional hacer referencia a la cuesta de enero, la cual se acentúa en febrero, hasta que nos habituemos al ritmo y las condiciones del periodo que recién comienza. Por fortuna tenemos un nivel de inflación decente (3.18%), que si bien nos afecta no produce mayor descalabro en los presupuestos familiares, y, como ese, los demás indicadores económicos no son para nada preocupantes en el nivel nacional.
Es en el plano regional donde se aprecian grandes nubarrones como resultado del recrudecimiento de la pésima situación económica y social que se vive en Venezuela y provoca la estampida de los nacionales del país vecino en busca de condiciones que les brinden las más elementales seguridades vitales.
El entorno en el que nos desenvolvemos debería ser mejor – podría ser mejor – si tan solo lográramos una mayor coordinación entre la sociedad y su dirigencia pública para definir las acciones pertinentes y más apropiadas para avanzar en materia de desarrollo.
No puede ser posible que la única participación que tengamos en la determinación de nuestro futuro sea pagar impuestos, estamos para mucho más que eso y poner votos. Es momento organizarnos como ciudadanos para generar esos espacios de discusión y formulación de propuestas de desarrollo que tanta falta nos están haciendo.