Hoy, se habla de teléfonos, construcciones, vehículos, ropa y hasta comida inteligente, y si le damos tanta importancia a esa palabra ¿por qué quiebran las empresas? ¿Será necesario, revaluar diferentes procesos como el de selección de personal?, pues, si los colaboradores vienen, en algunos casos, de un exhaustivo proceso en el que una de las cualidades más valoradas, es su inteligencia ¿por qué se dan resultados con tantas oportunidades de mejora en la gestión?
Y si no es el proceso de selección, entonces, por qué sus productos o servicios a pesar de lograr su aceptación por parte del mercado terminando siendo un fracaso. Recuerde cuántos rollos fotográficos Kodak ha comprado durante el año o cuántas veces envió un mensaje por BlackBerry. Como puede evidenciar se han desarrollado marcas muy inteligentes que son fracaso cuando llegan a su zona de confort y resistiéndose a innovar en un mercado que exige a las organizaciones más y más agilidad, mercados influenciados por los “chulitos azules”, esos que causan malestar, cuando se deja en visto al interlocutor sin darle una respuesta inmediata. Eso es lo que quiere el cliente respuesta inmediata.
Quizás otra de las tantas razones por los desaciertos corporativos es culpar a otro por la gestión, algo común en nuestra idiosincrasia latinoamericana, o carecer de esa tan anhelada sinergia corporativa. Cuando eso sucede los líderes como cabeza de la empresa están mirando hacia el frente, pero el cuerpo, el resto del personal, se desplaza en un sentido contrario. También, se encuentran empresas que no logran acuñar la experiencia de sus errores para capitalizar este aprendizaje y generar nuevo conocimiento lo que les facilitaría reaccionar apropiadamente a las situaciones del entorno tomando decisiones más efectivas.
La tarea más significativa para enfrentar esos desaciertos es identificar dónde está el cerebro de la organización y cómo este órgano hace para aprender y gestionar lo que sabe, algo así como el dispositivo “Alexa” de Amazon que tiene la capacidad de suministrar una respuesta oportuna a cualquier interrogante de su propietario, convirtiéndose en la panacea de cualquier ejecutivo moderno, pues podría sentarse frente al aparato y pedirle la decisión ideal que le garantizara la satisfacción de los clientes a unos costos razonables para la organización.
Sin embargo, así como no existe la lámpara de Aladino tampoco esta herramienta empresarial, por eso, la clave del desarrollo sostenible está en la capacidad que tenga la empresa de aprender de sus clientes y generar conocimiento para satisfacer sus necesidades, teniendo en cuenta que lo que hoy es un éxito, mañana muy probablemente haya claudicado si no se cuenta con un pensamiento disruptivo. Sin embrago, acciones por implementar hacen parte del variado menú, por ejemplo: Cada cuánto analiza al detalle las quejas de los clientes, los perfiles de la base de datos, las sugerencias que realizan, lo que a diario preguntan para ajustar los planes de compra o la rotación de la cartera para afinar los planes de financiación, entre otras.
Quedan dos restos por enfrentar, independientemente, del tamaño de la empresa. El primero es cómo se capitaliza el aprendizaje que se tiene cada día de los clientes y sus necesidades, además, de identificar cuál es el equipo, área o departamento que debe liderar este proceso estratégico, y el segundo, cómo lograr convertir ese aprendizaje en conocimiento útil para convertirlo en ofertas de valor que realmente generen valor para el cliente y crecimiento para la organización.