Siempre he pensado que no hay nada más bonito y placentero que encontrar algo bien escrito. Y digo “algo” porque la buena escritura no debe practicarse únicamente en libros, periódicos y revistas, sino también en un texto de cualquier índole, y eso incluye los mensajes de chat, los estados de Facebook y los trinos de Twitter.
En los tiempos actuales, en que los teclados están al alcance de todos, la escritura ha desplazado las llamadas telefónicas y los encuentros personales; el poder que ha adquirido la palabra escrita hoy en día es tal que cobra una importancia central saber escribir de manera clara, contundente y sin errores.
La escritura como medio de expresión nos brinda la posibilidad de trascender la comunicación verbal para preservar y transmitir historias, ideas, conocimientos y sentimientos. Es una herramienta tan poderosa que nos permite mantener vivo el pasado y resguardar el presente para tiempos futuros; es inmortal e inmutable, de ahí que desde tiempos remotos se ha acudido a esta como código para imponer orden en la sociedad, lo cual pervive en todos los sistemas jurídicos modernos. Pero, ¿por qué, a pesar de su importancia, insistimos en maltratarla?
Estoy segura de que, como yo, muchas otras personas suelen dibujarle una cara a las palabras, es decir, imagino cómo luce el personaje que está detrás de un mensaje a partir de la forma en la que escribe, el lenguaje que utiliza, la construcción de sus frases y por supuesto su ortografía. Es por esto que retomando un poco el tema de la importancia de la imagen abordado en el artículo de la edición pasada, planteo esta vez la grandísima relevancia de la escritura como parte de una buena imagen. Y es que muchas veces cuando no es posible establecer un contacto físico o verbal, la única herramienta que nos asiste es la palabra escrita, y precisamente la forma de utilizarla es lo que termina dándonos una idea de quién es nuestro remitente interlocutor.
Por ejemplo, un mensaje claro, construido con un léxico rico, bien puntuado y pulido nos da la impresión de un autor culto y formado; mientras que uno desorganizado, lleno de palabras abreviadas, repetición innecesaria de letras y faltas ortográficas nos deja además de confundidos, con el sinsabor de estar comunicándonos con un desconsiderado que quiere generarnos sufrimiento con cada bestialidad que comete.
Las reglas gramaticales y ortográficas no son un invento tedioso incluido en el programa de lengua castellana del colegio para castigar a los estudiantes; por el contrario, son el pilar que gobierna el uso de la lengua, característica que ni más ni menos es la que nos hace humanos. Su observancia es el reflejo del nivel educativo y cultural de cada persona y determina el grado de consideración y respeto que esta tiene por su interlocutor. Son instrumentos tan elementales que cualquiera, en especial alguien formado profesionalmente, debe conocer y ejecutar de manera ineludible.
En virtud de esto, es fundamental que estas reglas no sigan siendo un adorno sino que se asimilen como una condición necesaria para el completo desarrollo de la persona como individuo, como parte de la sociedad, como imagen pulcra y respetable, porque la sociedad recompensa a quienes dominan esta disciplina otorgándoles el reconocimiento de una buena imagen social y profesional, y por el contrario, sanciona a las personas que muestran una ortografía y redacción deficientes con juicios que afectan su imagen y que pueden restringir su promoción académica y profesional.
Así que no opaque sus calidades y conocimientos con una mala escritura y dele valor al contenido de su mensaje con el uso de ideas claras, precisas y coherentes y el apego a las reglas de la lengua. Propenda porque la meta de escribir bien se convierta en una habilidad casi instintiva, de menos pensamiento y más sentimiento.
Insista en marcar la diferencia; no sea de los que escribe “100pre” y más bien escriba SIEMPRE bien, porque la mala ortografía es como la violencia: no se justifica.