Con mucha frecuencia confundimos la galantería con la coquetería, creemos que son la misma cosa y no es así. Cada vez vemos menos galantes y más hombres coquetos, quizá a eso se deba que la gente los mete a todos en un mismo saco. Lo cual es, por decir lo menos, injusto.
Hay que llamar las cosas por su nombre: una cosa es ser galante y otra muy distinta es ser coqueto. Una primera precisión que habría que hacer es que la coquetería se sirve de la galantería, y no al revés. Un hombre galante solo pretende halagar a las damas sin ningún interés personal, no está necesariamente en plan de conquista, no busca nada con algún interés amoroso o sexual. Es, por excelencia, un gran relacionista público, es un hombre que anda lisonjeando a las damas sin esperar nada íntimo a cambio. Esto es de gran importancia en estos tiempos en los que la mujer tiene el protagonismo en las esferas corporativas y políticas.
Sin temor a equivocarnos diríamos que para el hombre hoy es más importante aprender a galantear que a coquetear, eso le garantizará ascensos o, por lo menos, estabilidad laboral, mientras que la coquetería solo podrá conseguirle algunas victorias de corto alcance, como breves conquistas románticas y efímeros encuentros sexuales.
La galantería fina es algo que en los tiempos actuales resulta exótico, ya casi no se ve, aunque, indudablemente, es una herramienta muy valiosa de la que se sirve el coqueto porque el halago es un arma muy poderosa. Sin embargo, la galantería gana majestad en la medida en que tiene mayor autenticidad, es decir, cuando no tiene el menor asomo de una segunda intención. Ella se da de manera espontánea cuando corresponde a la naturaleza educada del hombre culto que sabe que es casi obligación suya hacerles halagos a las mujeres en cualquier circunstancia.
Uno puede comenzar practicando la galantería a diario con personas mayores, como vecinas, tías o las madres de nuestras amigas y amigos, quienes son personas con las que no podrá imaginar nadie que pretendemos algo distinto a hacerlas sentir bien. Cada día debemos ampliar el radio de acción de nuestra galantería con una o dos personas, hasta que lo asimilemos como norma de conducta, en la seguridad de que solo traerá beneficios para ellas como para nosotros. En este punto cabe advertir que la galantería no es una práctica de uso exclusivo para los hombres. A todo el mundo le agrada escuchar un halago expresado con amabilidad, aunque la mujer galante deberá tener especial cuidado en hacerlo muy bien para evitar desagradables confusiones.
Esa distinción entre galantería y coquetería escapa a la vista de la gente ordinaria y por eso muchos hombres se abstienen de ser galantes para evitar malos entendidos y alguno que otro problema con algún marido o novio celosos. Gestos de galantería son correrle la silla a ella para que se siente, abrirle y cerrarle la puerta del carro, celebrarle el cambio de look en su pelo, etc.
Por su parte, la coquetería sin galantería no pasa de ser un simple ejercicio narcisista, en el que el sujeto lo que pretende es solo venderse como alguien atractivo para sostener una relación personal más íntima. En la coquetería tienen más peso los atributos físicos que las condiciones y calidades personales, obviamente nos referimos al coqueteo hombre-mujer.
Ahora bien, no quiere esto decir que la coquetería sea, per se, algo que hay que debe estigmatizarse. Es algo consubstancial al ser humano, particularmente a la mujer. De hecho, la coquetería es la gran dinamizadora de las relaciones entre los sexos, nada hay más natural que la coquetería en la mujer.