Aunque luego dijeron que habíamos sido tomados por sorpresa, la verdad es que todos sabíamos que pronto iba a pasar algo así. Lo anunciaban a su paso los emigrantes que por miles llegaban cada día a la ciudad y todos los noticieros internacionales y portales web de la oposición venezolana, la situación era desesperante.
Ese lunes de septiembre cada quien cumplía sus rutinas laborales cuando, pasadas las nueve de la mañana, los celulares comenzaron a timbrar y llenarse de mensajes que daban cuenta de un gigantesco tsunami humano que avanzaba velozmente hacia Cúcuta. Los mensajes eran aparentemente exagerados, decían que millones de inmigrantes estaban llegando en este momento a Colombia, cruzando presurosamente puentes y trochas sobre el río Táchira.
Por la tensión que se vivía en Colombia con el gobierno del país vecino, al comienzo se pensó en una invasión militar, pero luego los noticieros de televisión comenzaron a transmitir imágenes que mostraban a miles y miles de personas desarmadas, que superaban, con mucho, el drama humano que habíamos visto en los últimos años. Esto era otra cosa, eran migrantes, como los de siempre, solo que esta vez eran muchísimos, pero muchísimos, más. En el transcurso de los últimos dos años habían llegado a Cúcuta más de dos millones de venezolanos en tránsito hacia el interior de Colombia y varios países del sur, pero ahora, en un solo día, lo estaban haciendo casi trescientos mil de ellos. Y decían que era solo la avanzada, que tras ellos vendrían cuatro millones más que se acercaban a los estados fronterizos y llegarían a Cúcuta en los próximos días.
No se detuvieron en La Parada ni en El Escobal, pasaron derecho, tenían afán en alejarse lo más pronto y lo más que pudieran de Venezuela, huían despavoridos de la suerte que les tocó. Nada pudo hacer la Policía Nacional ni el ejército colombiano ante semejante avalancha que se aproximaba a la ciudad; hicieron algunas ráfagas de fusil al aire como advertencia, pero esto no tuvo ningún efecto, la avalancha siguió su curso, nada en este mundo les haría retroceder. Los almacenes ubicados en las entradas a la ciudad se apresuraron a cerrar sus puertas y ventanas metálicas, pero de nada sirvió, especialmente en el caso de los grandes supermercados, que fueron literalmente devorados. Algo más de tres mil de ellos pasaron derecho al hospital a recibir alguna atención, para su sarampión, dengue, tuberculosis, malaria, chagas y sida, principalmente.
En el centro hubo muchos heridos por las vidrieras rotas al entrar por la fuerza en algunas tiendas, pero eso no importó, satisfacer las necesidades bien valía algunas cortaduras. Curiosamente, ese valor que a los venezolanos les había hecho falta para enfrentar a los militares y a los colectivos armados de su país, lo vinieron a tener al momento de desafiar a las autoridades colombianas. La ciudad se llenó también de corresponsales extranjeros y los medios locales celebraban la bonanza que vivían los hoteles (!). El ruido que hacía tal cantidad de personas que deambulaban como zombies por las calles aumentaba el pánico, el sonido de las sirenas de las ambulancias y las alarmas de las tiendas hacía que sonara más apocalíptica la situación.
Algunos habitantes de barrios residenciales no afectados corrieron por donde pudieron al aeropuerto buscando escapar a Bogotá. Solo lo lograron nueve personas que alcanzaron a tomar asiento en el avión que se disponía a despegar. Ya para el siguiente vuelo las aerolíneas habían subido el precio a casi dos millones de pesos por viaje solo de ida a Bogotá. Cúcuta vivía alta temporada, decían.
Nadie daba razón del real origen de la estampida de los venezolanos. Al parecer fue la noticia de que allá vendría una espantosa ola de represión dirigida por el general cubano Ramiro Valdés que venía a enderezar la crítica situación de orden público iniciada por Guaidó y López el 30 de abril, comandando batallones de colectivos de mercenarios cubanos, venezolanos, rusos e iraníes, dispuestos a acribillar a quien respirara sin permiso en Venezuela. A esto se sumó la noticia de que su país quedaría totalmente apagado por un año tras la explosión del único transformador que aún funcionaba. Otros decían que era cuestión de horas para que comenzara una guerra sangrienta que involucraría a varios países y que la hambruna se acentuaría.
La única de las especulaciones anteriores que no se dio, al menos formalmente, fue la de la invasión norteamericana. Se cree que todas las demás sí, aunque no se pudo confirmar porque sobre Venezuela cayó un espeso manto de oscuridad que silenció todos los medios. Luego de ocho meses de la gran estampida Venezuela continua sin telefonía celular, sin periódicos ni televisión.
Los rumores hablan de muchos cadáveres flotando en los ríos Táchira y La Grita. El canciller colombiano sigue elevando valerosas pero inaudibles voces de protesta.
Entre el lunes y miércoles de ese septiembre cerca de medio millón de vecinos llegaron como plaga de langostas sobre Cúcuta causando el mayor estropicio de su historia. Ya el jueves comenzó a bajar la cantidad de inmigrantes por día, aunque en los siguientes tres meses llegaron cuatro millones más.
De muchas formas los cucuteños habían sido advertidos de que algo así podría suceder en cualquier momento, pero el tema era fácilmente remplazado por otros más importantes para ellos: la posición del equipo de fútbol en la tabla y la puja por las elecciones del próximo mes a la alcaldía, aunque todos sabían quién sería, en últimas, el gran ganador.
Las pérdidas para la economía fueron brutales, en especial para el sector inmobiliario porque los de acá quisieron irse y los del interior no quisieron venir. Casi un año después de la avalancha las autoridades locales y nacionales nos anuncian que están en la tarea de estructurar una estrategia integral para el manejo de la población migrante. Parece que ahora sí tendremos una política de fronteras, confiemos en que así sea. Por ahora, ya acostumbrados a ver tanta gente en las calles, intentamos recuperarnos pidiendo otra vez que nos quiten el IVA. Esperamos que las cosas vuelvan a ser como antes, y con los mismos de antes.
Por: Luis Raúl López M.
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