Algo curioso y bien extraño sucede con Haití, nación que bien podría llamarse el país de las desgracias. Desde siempre ha sido el más pobre de las Américas, pero pobre de verdad pobre. Y lo peor: sin posibilidades de salir de esa proverbial miseria, no tiene recursos de ninguna naturaleza, ni minero energéticos ni humanos. Nada, absolutamente nada permite predecir una sustancial mejoría de su situación económica.
A la desgracia de su pobreza se suman las tragedias naturales que año tras año golpean duramente al país. Muchos expertos dicen que el problema radica en la pésima ubicación de Haití: está localizado entre las muy activas placas tectónicas de Norteamérica y el Caribe. Por si esto fuera poca cosa se encuentra precisamente en el camino principal de los grandes huracanes. Esto hace que cada año se registren terremotos y terribles inundaciones que dejan miles y miles de muertos.
Es un diminuto país superpoblado, sin electricidad ni agua potable; como si toda esta cadena de males no fuera suficiente padece de los peores cánceres que puede sufrir cualquier nación: corrupción y violencia. Cada año luego de una tragedia el mundo se moviliza a ayudar a Haití, pero invariablemente las ayudas llegan a malas manos y todo se pierde. Un indicador muy gráfico de la situación del país es que ha tenido 20 presidentes en 35 años (el penúltimo de ellos murió asesinado por un comando integrado por norteamericanos y colombianos).
Todo esto ha hecho que Haití siga siendo el único país del hemisferio occidental que no ha recibido ninguna vacuna contra COVID-19 y no sabe a ciencia cierta cuántos contagiados o muertos dejó la pandemia, pues su sistema sanitario es casi inexistente.
Ante esta situación provocada por el último terremoto el mundo vuelve a volcarse sobre Haití: ofrecen su ayuda, envían equipos de rescate y se anticipa una lluvia de dólares. Estados Unidos, España, Perú, Venezuela, Ecuador, Chile y hasta Colombia, al igual que una decena de países, ya anunciaron que enviarán ayuda, equipos médicos, suministros y “todo lo que haga falta”. Pero es posible que los errores del pasado se repitan: la millonaria ayuda internacional prometida nunca llegó y la que sí lo hizo terminó en los bolsillos de unos pocos.
Alguna extraña maldición pesa sobre la tierra del vudú.