Yo conocí aquí en el Táchira, cuando niño, mucho antes de que se hablara de liberación femenina, las primeras
mujeres empresarias.
Había que ver a esas mujeres: viudas unas, otras solas, con el marido preso, huido, perseguido. Mujeres que asumían llevar una o varias fincas, armar la labranza, recoger las cosechas y venir a San Cristóbal, hasta el Mercado.
Cubierto a negociar las cargas de café, a vender el ganado y los frutos cultivados. Mujeres que se terciaban
un revólver, o lo guardaban debajo de la blusa, en el seno, junto al dinero, a las monedas que envolvían en un pañuelo, y se venían con los hijos y los peones hasta la plaza del mercado a negociar. Unas verdaderas empresarias, jefas, patronas negociando cara a cara, con el más pintado revendedor de ganado, con el más cerrero pesero, con el más usurero marchante.
Hay un hecho fundamental, el de una inmensa mayoría de quienes han representado al Táchira a lo largo de cien años de poder, en el siglo veinte y cincuenta años de poder económico, en la época del café en el siglo diecinueve, y es el hecho de los llamados entonces hijos naturales.
Como el caso de un gran señor de Rubio, que un día trajo a sus otros hijos y los sentó a todos un domingo a la hora del desayuno y les dijo: -conózcanse, porque tienen un papá que es el mismo, y en la vida no se sabe quién va a necesitar a quien-. Se repitió con Juan Vicente Gómez y lo he comprobado en ocasión de la presentación del libro de Cristina Gómez, hace unos pocos años en Maracay. Allí estuvieron muchos de sus hijos.
De diferentes madres, pero que tenían como raíz única al padre… Vi ganaderos, militares, ingenieros, abogados, artistas, empresarios, agrónomos, venidos de diferentes partes y reunidos todos en memoria del padre, de Juan Vicente Gómez.
Este ha sido un episodio importantísimo, sí señor. Lo que quiero decir, señalar, es el hecho social: Que la familia era una sola, y se reunía alrededor del padre, y las mujeres lo aceptaban.
Es un aspecto muy interesante del crecimiento de la sociedad tachirense, forjada en el respeto a la autoridad del hombre, -como dice usted-, en silencio, en el silencio de las mujeres
Lo vi en un caso, una historia muy elocuente de una gran mujer, esposa de un importante señor de San Cristóbal, a quién se llevaron preso, durante la dictadura de Juan Vicente Gómez, y ella tuvo que asumir el llevar las cuentas de las haciendas y comercios. Entonces un día mandó llamar al chofer y le dijo:
– Fulano, dígame cuánta plata lleva usted todos los meses para los gastos de la otra casa de mi marido El chofer se hizo el sorprendido y negó que el llevara dinero a ninguna casa, y entonces, la señora le dijo: – No se haga el pendejo, yo sé muy bien que usted es el que lleva la mesada de cada mes para la casa de los otros hijos y la querida de mi marido. Sé que son doscientos bolívares, así que ahora vaya y lleve trescientos, para que en este pueblo nadie pueda decir que un hijo de mi marido pasó hambre.
Ahí está el secreto de la fuerza, de la fortaleza de los hombres del Táchira: en sus mujeres. Es como le he dicho, eran unas sacerdotisas del culto al señor de la casa, unas protectoras del nombre del marido. No lo hacían por beatitud, Noo, no no. Ni por bobas. No, No.
Lo hacían por dignidad, por respeto a la familia, por el interés de mantener unida a la familia y con ello conservar el patrimonio. Ahí se predicaba muy bien que la unión hace la fuerza y entonces unían a los hermanos, todos hijos del mismo padre. Era una manera muy inteligente de ser femeninas. Por eso le digo que las mujeres, esas mujeres no eran ni santas ni bobas. Eran inteligentes, muy inteligentes sabían sortear las circunstancias.
*Expresidente venezolano.
Colaboración de Leonor Peña, quien fuera su asistente personal.