Alguna vez invitaron a un grupo de jóvenes empresarios locales a asistir a una sesión de un centro espiritista, dirigida por dos verdaderos expertos en el tema. Era algo inusual que se hacía en señal de agradecimiento por una importante colaboración económica que habían hecho al sostenimiento de la sede.
Los presentes se mostraron, al comienzo, muy escépticos. Con algo de nervios y risas miraban cómo el médium empezaba a cambiar su tono de voz y acento. El otro experto –que fungía como director y guía de la sesión – al notar que sus invitados hacían bromas en medio de su incredulidad, resolvió que ellos podrían hacerle preguntas directamente al ente que había bajado y que, al parecer, tenía un elevado grado de evolución espiritual.
Los asistentes, pensando que esa era la oportunidad para desenmascarar lo que consideraban una farsa, comenzaron haciéndole una pregunta difícil sobre el panorama económico nacional y local, y estas fueron respondidas con una gran solvencia intelectual, lo que les sorprendió en gran manera toda vez que quien hacía de médium era un modesto comerciante, sin mayor formación académica, que jamás habría podido contestar a semejantes preguntas. Sin embargo, “la voz” que hablaba a través suyo decía cosas propias de un avezado analista.
Al ver esto los invitados, en lugar de aprovechar la ocasión para profundizar conocimientos en algo interesante, resolvieron hacer preguntas de carácter personal. Uno de ellos lo hizo sobre sus probabilidades de ganarse el baloto, otro sobre si un socio le está jugando sucio, otro más sobre si debía cerrar o no un almacén en el centro de la ciudad. Con ello no subieron sino que bajaron el nivel de la conversación con el espíritu presente.
Por fortuna uno de los empresarios, desilusionado de sus colegas, pidió la palabra para preguntar algo interesante. Dijo: “¿cómo hace uno para tener la certeza de que la mujer que tenemos al frente es la pareja ideal para nosotros?” El silencio apagó las risitas y comentarios que provocaron las anteriores preguntas insulsas, era claro que la respuesta era de enorme interés.
Todos escucharon con claridad y mucha atención cuando el médium, con ese extraño acento propio de los idiomas guturales, le dijo que lo felicitaba por su pregunta y que el tema era complicado. Lo que debes tener muy claro, le dijo, es que mientras estés encarnado, en este plano terrenal, no puedes escapar del imperio de los sentidos, eso hará que el aspecto físico te parezca, en principio, determinante.
Así en un primer momento te inclinarás por la que te parezca más bonita, la que para ti tenga la más bella voz, la mirada más tierna o sensual, el pelo más lindo, tenga el olor más agradable a tu nariz y la piel más suave al rozarla.
-Eso está y estará siempre bien, pero es sólo la mitad de los elementos que debes considerar para una buena elección. Tú puedes enamorarte de lo físico, pero eso será pasajero y no pasará de ser simplemente alguien que te dio momentos placenteros de grata recordación. Ahora, si estás buscando mujer para algo formal y definitivo debes buscar enamorarte de la esencia del ser, del espíritu de ella. Te recomiendo que la escuches reír, que te fi jes qué cosas le hacen reír, cómo es su risa, es increíble la cantidad de ADN espiritual que hay en la risa.
-Evalúa muy bien su sentido del humor, que no es lo mismo que reírse. Este es un aspecto de suma importancia. También analízala con cuidado cuando está muy enojada, sus reacciones, sus alcances. Conoce muy bien todos sus estados de ánimo porque esos no son maquillables en ningún salón de belleza, los gozarás o los sufrirás según tu elección.
-Fíjate cómo trata a los mayores, a sus padres y abuelos, a sus hermanos, a los extraños, a los niños; ese comportamiento es un gran indicador de su calidad humana. Identifi ca muy bien cuáles son los valores que la inspiran, los preceptos morales que la orientan, los principios que demarcan su actuación.
Luego de esta pregunta y de semejante respuesta la sesión culminó, nadie quiso o se atrevió a hacer otra pregunta. De los once asistentes nueve salieron cabizbajos y al menos siete de ellos se divorciaron unos pocos años después. Qué bueno haber sabido esto antes, comentó alguno.