De los 7.700 millones de seres humanos que habitamos este planeta, hay 2.800 millones que sobreviven con un ingreso inferior a dos dólares al día. Hay 15.2 millones de terrícolas con una fortuna personal superior a US$1 millón, de entre ellos hay 584 mil que poseen más de US$10 millones, y entre estos últimos hay 2.252 personas realmente ricas por su patrimonio superior a los US$1.000, de los cuales sólo 256 son mujeres. Hay casos de riqueza extrema, como los de Jeff Bezos, con US$122.000 millones, Bill Gates y sus US$90.000 millones, y Warren Buffet con US$84.000 millones.
Pero, aunque parezca increíble, debe haber, posiblemente, fortunas personales aún mayores. Tan inmensas que hacen que la persona se embriague en la extravagante idea de su infinita superioridad sobre el resto del mundo y por ello intente humillar a la gente trabajadora con insultos como “asalariado, arrastrado”, con lo que pretende un ascenso social tan elevado que no le permita reconocer que hay semejantes (se consideran únicos).
La conducta típica de quien busca impresionar o amedrentar con la manida frase “usted no sabe quién soy yo” es claramente del peor gusto, propia de personas a quienes bien podemos considerar como “levantados”, y es una costumbre que tiene ya muchos años en Colombia, décadas. Lo que pasa es que ahora es mucho más visible por cuenta de la inmediatez que ofrecen las redes sociales.
El viejo adagio que reza: “dime de qué te ufanas y te diré de qué careces” se origina precisamente en esta clase de personas. Uno pensaría que el oso de verse en un video en redes invocando una superior acreditación social debería producir profunda vergüenza. Pero no, la subcultura del dinero genera el teflón moral necesario para no sentirla.