INCOMPARABLE | NADA COMO EL MAR

Posiblemente hayan escuchado decir que cuando nadamos en el mar, cuerpo y mente retornan a su estado más primigenio. Que nos sentimos fenomenal porque es como si retrocediéramos al útero materno o nos trasladásemos a etapas evolutivas muy ancestrales, a la de nuestros remotos antecesores peces.

Por muy atractivo que suene literariamente, no tenemos capacidad para recordar ni el estado ontogenético de nuestra persona como individuo, ni el estado filogenético de nuestro linaje como especie. Dicho de otra forma, ni nos acordamos de lo cómoda que era la bolsa amniótica que nos protegía cuando éramos fetos ni, muchísimo menos aún, tenemos la capacidad de saber lo que sentían los taxones que nos precedieron en nuestro camino evolutivo hasta la condición de Homo sapiens actual.

Eso se debe a que, mientras el placer se relaciona más con lo experimentado, el bienestar implica aspectos más plurales como la salud, la virtud, el conocimiento o la satisfacción de los deseos. Cuando nos adentramos en el mar, al placer puramente somático se le une un bienestar mental bastante más complejo, que nos hace sentir en la mismísima gloria.

Desde el punto de vista de la neurofisiología, se ha demostrado que la inmersión vertical en el agua genera efectos positivos de lo más interesantes. Para empezar, aumenta la velocidad de flujo de sangre que discurre por las arterias cerebrales medias y posteriores.

Bañarse en el mar genera una sensación de bienestar, algo que va más allá del placer. Si la inmersión va acompañada de ejercicio de baja intensidad (como caminar en el agua), se consigue la misma velocidad del flujo sanguíneo cerebral que corriendo moderadamente fuera del agua.

Con tan solo sumergirse hasta los hombros se reduce el edema muscular y se aumenta el gasto cardíaco (sin incrementar el gasto de energía), lo que favorece el flujo sanguíneo generalizado y el transporte de nutrientes y desechos a través del cuerpo.

Esta, que se traduce en la reducción drástica de la sensación de fatiga, es la razón por la que se recomienda una sesión de jacuzzi a los deportistas tras un ejercicio intenso. Los que no nos dedicamos a batir récords, lo que sí notamos es cómo nuestras piernas se tornan mucho más livianas al favorecerse el retorno venoso.

No nos sentimos igual de bien al nadar en una piscina que cuando lo hacemos en el mar. A los efectos derivados de la propia inmersión en agua, habría que añadir los relacionados con la especial naturaleza del agua marina.

El agua de mar, como bien sabemos, recibe aportaciones fluviales continuas de sales y minerales. La consecuencia directa es doble. Por una parte, el agua salada es más densa que la dulce. Ello supone un mayor empuje y, consecuentemente, un menor esfuerzo muscular para mantenernos a flote.

Dicho de otra forma, nadamos más relajadamente en el mar porque flotamos más. Por otra parte, las sales se absorben a través de la piel. Eso supone una contribución muy importante a la inhibición de la interrupción de la barrera cutánea causada por agentes irritantes dérmicos, lo que acelera su recuperación y previene su sequedad.

Este hecho es especialmente interesante en el tratamiento de enfermedades cutáneas como la dermatitis de contacto o la psoriasis y ha supuesto la consideración de los baños de mar como terapia adyuvante en el tratamiento de la dermatitis crónica.

El mar es más que agua marina

La inmersión en el agua es beneficiosa y, además, el hecho de que el agua sea marina es especialmente aconsejable para la piel. El baño de mar es mucho más que meternos en una bañera a la que se han añadido sales.

El gran volumen de agua que se acumula en mares y océanos actúa como un regulador térmico importantísimo. La mayor capacidad calorífica de un medio denso (como el agua) en comparación con el aire funciona como tamponador de temperaturas, de forma que las zonas costeras son menos frías en invierno y menos calurosas en verano que zonas de similar localización geográfica del interior.

Eso supone un continuo enfriamiento del aire caliente y el establecimiento de corrientes que generan la reconfortante y fresca brisa marina. La brisa, además, trae consigo una concentración muy elevada de aniones que penetran por la piel y, sobre todo, por los pulmones.

Sus efectos fisiológicos y psicológicos no son nada desdeñables: prevención de desórdenes neurhormonales, reducción de los efectos del estrés, acción antioxidante al aumentar los niveles de superóxidodimutasa e, incluso, mejora del acné.

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