Desde el pedestal del Corcovado, el mítico Cristo redentor, brazos abiertos vigila la ciudad en apariencia inerme.
La vista del mirador es un horizonte saturado de objetos en su mínima expresión, que en su tamaño real, hacen de Río de Janeiro lo que en realidad es: una ciudad de cifras descomunales. Lo es por su extensión de más de mil ciento ochenta kilómetros cuadrados. Por sus más de doce millones de habitantes, que conviven en un ámbito frenético, sazonado por su carnaval multicolor, por la samba, la caipiriña y la feijoada. Río no duerme, y está presta a recibir un evento magnífico que encaja en su cualidad de metrópoli sin límites.
Inicia la versión XXXI de los juegos olímpicos de verano con sus proporciones inconcebibles. Dieciséis días con sus noches sin sueño, en los que Río aloja una auténtica Torre de Babel. Alrededor de 10.500 atletas de 206 países, disputarán más de novecientas medallas de los tres metales, compitiendo en 306 pruebas de 42 modalidades deportivas. Tal cantidad de competencias, hicieron necesaria la construcción o adecuación de 37 estadios y coliseos fastuosos. Serán los primeros juegos con sede en tierra suramericana, un privilegio con matices de lujo, que costará algo más de doce mil millones de dólares. Unos 34 billones de pesos de los nuestros.
Río de Janeiro se somete a métricas grandiosas para cumplir con esta cita mundial del deporte. Para llevar a cabo los encuentros deportivos, se hacen necesarias cerca de cien mil sillas, setenta y dos mil mesas, y cincuenta y nueve mil mobiliarios.
La villa olímpica, sitio de vivienda exclusivo para las delegaciones durante las justas, fue construida en la región oeste de la ciudad, y dispone de treinta y un edificios, con sesenta mil camas, distribuidas en tres mil seiscientos apartamentos. La construcción fue diseñada con una tecnología autosuficiente, que contiene un ambiente hermético, para evitar una de las amenazas externas, casi de la trascendencia de los hipotéticos atentados anunciados por grupo terrorista Estado Islámico: la invasión del mosquito transmisor del virus del Zika.
El frente organizativo, que debe funcionar como reloj suizo para garantizar la programación operativa del evento, involucrará a seis mil quinientos empleados directos, ochenta y cinco mil indirectos y el concurso de cuarenta y cinco mil voluntarios.
Un ejemplo del accionar de la logística de la olimpiada, lo constituye la alimentación diaria de deportistas, técnicos y dirigentes que habitarán la ciudadela deportiva, durante estas semanas delirantes. Se presupuestan doscientas cuarenta toneladas de alimentos, que se distribuirán en seis islas de alimentación, con sesenta y dos mil raciones diarias de desayunos, almuerzos, cenas y meriendas. La zona de alimentación, capaz de albergar el avión de pasajeros más grande del planeta, está compuesta por veintitrés mil metros cuadrados, de los cuales nueve mil, corresponden a las inmensas estufas integrales, con cocineros y menús de los cinco continentes.
La competición de Río, que demandará una financiación económica de cifras colosales, posee once patrocinadores olímpicos institucionales. Multinacionales que tendrán vallas de amplio privilegio publicitario, a la visual de las transmisiones televisivas en los estadios. Una audiencia que se calcula será de unos cinco mil millones de personas. De las siete empresas patrocinadoras oficiales del evento, cinco son brasileñas y dos multinacionales, e incluyen un banco, una empresa de seguros, una de giros y correos, tres de telecomunicaciones y una de automóviles.
Un total de once compañías, hacen parte del staff de firmas que son colaboradoras oficiales de la olimpiada. Veinticinco empresas de bienes y servicios serán proveedoras de los juegos, mientras una clínica, la casa de la moneda de Brasil, y tres compañías más, serán proveedoras oficiales.
Sin duda alguna, lo de Río doblará cualquier cálculo económico gastado en ediciones anteriores de los Juegos Olímpicos. Se estima que en materia de merchandising, (así llaman los expertos a los productos publicitarios para promocionar los eventos) esta olimpiada tendrá el doble de inversión que la de un mundial de fútbol.
Tanto esfuerzo tiene una justificación puntual para el Comité Olímpico Internacional. El espíritu deportivo radica para algunas naciones en el orgullo de competir y para otras, en ganar. En ese sentido, las potencias que invierten millones en la preparación de sus atletas, lo hacen con
el único objetivo de vencer, un honor reservado solo para la élite del deporte orbital.
En el caso de Colombia las cuentas parecen muy concretas. Se invierte poco en la preparación de los atletas y se aspira a ganar mucho. El metal dorado es una apuesta que recae en tres deportistas cuyos resultados en competencias internacionales, generan optimismo en las proyecciones.
El propio Comité Olímpico Colombiano presupuesta el oro para Catherine Ibarguen, en salto largo, Mariana Pajón en la prueba de BMX y para el ciclista Fernando Gaviria en las pruebas de velocidad y resistencia del Ómnium.
La aspiración de más metales reside en los medallistas de la reciente olimpiada de Londres: la yudoca Yuri Alvear, la luchadora Jacqueline Rentería, el pesista Óscar Figueroa, Oscar Muñoz en Taekwondo y los ciclistas Rigoberto Urán y Carlos Mario Oquendo, este último como Mariana Pajón, también en la modalidad de BMX.
Nuestro sueño olímpico propio, el del terruño, lo encarna Jossimar Calvo, nuestro perenne Jossimar, que se fue sin expectativa de medalla para el país, y podría ser grata sorpresa.
Como lo ha dicho Jairo Ruiz, su entrenador, la competencia de un campeonato mundial es diferente al desarrollo de una olimpiada. Los objetivos son puntuales en Rio: después de realizar las rutinas completas del All around, es decir los seis aparatos, la aspiración es clasificar dentro de los veinticuatro mejores del planeta.
De lograrlo, el paso siguiente es acceder a una final en barra fija, que es donde podría tener alguna opción de medalla, o en barras paralelas, donde tendría una segunda opción aunque más remota.
Ya es un logro tener en una olimpiada a un representante cucuteño, y eso lo deben tener muy claro sus coterráneos. Jossimar Calvo es una bendición para esta tierra, un motivo para sentirnos orgullosos y presentes en una fiesta como la de Río de Janeiro, reservada para pocos.